Dos libros recientes nos han venido a recordar lo increíblemente íntimos que se nos han hecho a todos los cuadros de Edward Hopper. Empezando por el último, Mark Strand, acaso uno de los cinco poetas vivos más grandes del mundo, hace una larga meditación pictórica en Hopper (Lumen, 2008) Recorre casi todos los cuadros del pintor neoyorquino con una lentitud llena de vida. Busca las líneas de fuga, los encuadres, los motivos auténticos de la composición y armonía pictóricas. Precisamente acaba con una reflexión sobre Sol en una habitación vacía, un cuadro tardío, de 1963. Dice que es “una visión del mundo sin nosotros. La luz, un amarillo desteñido contra las paredes en tonos de sepia, parece estar representando los últimos episodios de su fugacidad, su escueta narración llegando a su fin. Es como si fuésemos testigos de un acontecimiento que somos incapaces de nombrar. Sentimos la presencia de lo que permanece oculto, de lo que sin duda existe, pero sin llegar a mostrarse”.
Pocos meses atrás, Cees Nooteboom, el escritor holandés, publicó en Siruela (2007) El enigma de la luz. Otra belleza. No habla sólo de Hopper, pero le dedica buenas páginas a quien ha sido uno de sus maestros en el arte de aprender a mirar el arte. Nooteboom cuenta historias: un encuentro en la Frick le sirve para comparar a Vermeer y Hopper con una bella mujer de la que se enamora sobre la marcha. “Un poeta que ama a un pintor no puede remediar ver los cuadros de éste como seres vivos, como personas incluso, o, cuando menos, como objetos con un universo propio que el cuadro permite visualizar”. ¡Qué gran verdad, acaso no sólo para los poetas! Para él la gran pregunta en Hopper no es otra que la que evoca la procedencia de la luz. ¿De dónde viene la luz? De la ventana, diríamos sin pensarlo. Pero ¿sólo? Yo creo que no: es una luz inventada, esa luz es “lo que Hopper piensa acerca del mundo, es su manera de ver el mundo”. La luz no sólo se une sino que se identifica con el pensamiento: una idea que procede por supuesto del judaísmo.
No me olvido del artículo sobre Hopper en la revista Revisiones 03 (2007). Bonnefoy recordaba lo que dijo el pintor después de realizar Sol en una habitación vacía: “I am after ME”. Casi nada: lo primero, lo último, lo que ha pasado. Para Hopper no hay eso que Aristóteles llamaba “el medio”. Por eso, L.F. recordaba en su artículo que “la vida avanza mientras nos repetimos concienzudamente que da igual, que no pasa nada. Y sí pasa. Sobre todo el tiempo”