Madrid, viernes a las 9:30, y un conjunto de felices casualidades me llevan al palco del Palacio de los Deportes junto a otras 15 000 personas que habíamos decidido escuchar al hombre “que nació con el don de la voz de oro”, como él se autodefine en The Tower of Son. Compruebo de inmediato que en vivo la voz de oro se ha transformado en voz de diamante, más clara, más transparente aún y más luminosa. La acústica perfecta, la gente metida desde el minuto uno en un acto de comunión. Éramos miles, pero éramos uno a uno, escuchando a Cohen a través de la vida de cada uno de nosotros mismos. Tiene casi 80 (el 21 de este mes hará 78 años, para ser exactos, que nació el hijo de un sastre judío en Montreal). Cuatro horas más tarde, en el Closing Time, cada vez que salía por el fondo del escenario bailaba como un juglar, con la ligereza de alguien de dieciocho años. A él le gusta decir que baila ante el público como bailaría el Rey David ante el Arca de la Alianza, con una entrega total, disolviendo así todas las contradicciones de su vida y que por eso ha sido amado mucho, porque no se deja nada en el baile. Era todo él, todo su cuerpo, toda su mente y su historia, su luz su sombra ante nosotros. A Cohen le gusta autodefinirse en las canciones. Hay al menos seis o siete definiciones que son como autorretratos de Rembrandt pero la última no la había oído hasta el viernes: “A lazy bastard. Living in a suit”. Un perezoso y un bastardo. Metido en un traje de buen corte. Pertenece a Going Home, una canción de Old Ideas, su último trabajo hasta la fecha. Cohen es ante todo el teatro. El gran teatro del mundo del sueño. La vuelta a la casa del padre. Del sastre que cose y descose como Penélope. De la apariencia de un traje bien cortado y de un corazón mil veces partido y entregado. Coehn el poeta. Me llamó la atención en cambio que en el palco, esta vez, no estaban precisamente nuestros académicos ni nuestros intelectuales. Por una vez tampoco nuestros políticos habían pedido trato de favor (¡qué raro!) A lo mejor ha sido por el sentido reverencial de lo importante que les caracteriza a unos y a otros. Quizás sabían a quien tenían delante y lo que ese hombre significa para tres generaciones de europeos y se quitaron pudorosamente de en medio. Sólo estábamos un futbolista que acaricia muy bien la pelota, un cantante perezoso también y cuatro gatos con la boca, con los oídos y sobre todo el alma abierta de par en par.
Enorme, Alvaro. Gran artículo que define y condensa perfectamente lo que fue aquello.
Yo tampoco pude resistirme a escribir ni el día antes ni el de después del concierto.
Creo que quedará sellado con letras y notas de oro (como tú dices) en nuestros “adentros”.
¡Qué enorme suerte! ¡Qué envidia1
David, he leído las dos entradas de FV. ¡Qué bien! Ahora no paro de escucharle, hasta cuando no lo pongo en el ipod lo voy oyendo y me dice un montón de cosas, me habla de libertad ante todo.
Gracias ante todo por la oportunidad única para mí.
Gracias A.N. sí fue algo muy especial, tanto que he preferido escribirlo en un registro más bien frío (de otro modo me habría salido algo insoportable para nadie que no fuera yo y no tenga los sentimientos que yo albergo por la música de Cohen)
Alvaro, como me alrgro que pudieseis disfrutar, a mi me dió mucha pena perdérmelo. Otravez quizás!
Te ha quedado muy bien la crónica, es difícil traspasar lo que se siente con la música a texto, no se puede detallar la profundidad y es fácil caer en lo banal, en medio hay un espacio de complicidades complicado de manejar, bueno a mi no me sale, a ti si.
muchas gracias lourdes y fb