Por fin puedo inclinarme sobre el teclado y poner negro sobre blanco lo que pienso acerca de ese vídeo que me regalaron por Navidad. Seré breve. Un caballo de juguete, para un niño, sustituye a un caballo “de verdad”. El niño ha visto montar a caballo: en la tele, en una película, o en vivo y en directo. A lo mejor él mismo monta (lo que hará menos necesario, en su caso, el mecanismo de la sustitución). Pero da igual, cuando está en casa quiere subir en su caballo y galopar por los paisajes y las playas de su imaginación. Un niño necesita galopar. Y puede hacerlo a placer por el pasillo de su casa. No está jugando. Está galopando a caballo porque el palo tiene una determinada forma, adecuada a la sustitución del animal. El niño pone los relinchos y los movimientos ondulantes de la cabeza. Le ofrece al palo un azucarillo, y le habla, con indulgente señorío, como Don Quijote a Rocinante. Sustitución (de una necesidad) y forma. Dos principios básicos de cualquier arte (continuará).