Hacía mucho que no tenías que soportar, pies de nácar, estas notas de condenado, notas duras, con frecuencia desagradables, como pueda serlo una verdad lanzada a la cara sin más miramientos, como un puñetazo inesperado en pleno rostro, aquella manera tan peculiar que tenía Kakfa de señalar hacia la poca literatura que de verdad a él le interesaba. Y no me extraña, tampoco es que tú me hagas ni puñetero caso, tan metida como estás en organizar eventos musicales (mucho más divertido y lucrativo que pensar en seminarios y lecciones de poética) y en exquisiteces lampedusianas (que no precisamemente gatopardescas) que sólo os interesan a lo más exquisitos de lo poco que queda de la gauche-ou-droite-divine-nationaliste-barcelonaise, menuda mierda de película por cierto que están perpetrando con la memoria de don Gil (de Biedma), el primo díscolo de Esperanza Aguirre (a la que también hay que echarla de comer aparte, tantas escuchas indebidas y tanto maquiavelismo, todo menos tirar por la calle de en medio y ver sencillamente que pasa), para tantos la única esperanza que queda viva, por el momento.
Llevamos dos semanas muy convulsas para los que nos importa una parte de la vida del espíritu (no hay más que leer tanto blog apologético, sacudidos por dos grandes asuntos: la nueva propuesta de ley del aborto y lo que se ha cosificado ya como la soledad del Papa Benedicto (para mí la quisiera) que, como las cosas no cambien, no va a hacer precisamente honor a ese nombre, al menos en la dirección que viene de los hombres, o mejor dicho de la so called opinión pública mundial, vaticanistas y teólogos progresistas incluidos, que ya no le perdonan ni una y que están cabreados como monas, si se me permite la expresión, en buena parte porque este Papa no está demasiado o nada preocupado por ellos (lo cual por cierto no sé si es bueno o malo)
He tenido la prudencia de esperar para hablar de estos dos asuntos (aunque por lo que veo lo que voy a decir parece haber surgido en caliente), y voy a hacerlo de manera conjunta, si es que todavía sigo enseñoreándome de este pequeño y poco transitado espacio esférico que es mi blog. No he sabido muy bien qué decir hasta ahora porque veo cosas contradictorias en todo esto. Empezaré por todo aquello que me ha disgustado: me ha producido inquietud el hecho de que se filtrase la famosa carta a los Obispos del Obispo de Roma (veis como hay gentuza no solo en el Juzgado de Garzón, ay ay ay), me ha sorprendido el tono y algunas de sus afirmaciones, sobre las que volveré, y tengo que reconocer que no me ha hecho muy feliz que se produzca un levantamiento de las penas canónicas a los obispos lefebrianos (máxime al declaradamente antisemita), aunque naturalmente me someto de cabo a rabo al mejor entendimiento del Papa en esta delicada cuestión. En cuanto al aborto, no me gusta nada, pero nada, la dichosa campaña del lince ibérico, y menos me gusta que los mismos responsables de la Conferencia Episcopal, que mantienen la línea belicista de la COPE, sean los que la han promovido y presentado. ¿Pero es que nadie más que yo se da cuenta de que, con esa apuesta de naturaleza política (cuando no partidista) se pierden toneladas de autoridad moral para hablar de un tema como el aborto, no tanto a los católicos, cuanto, como deben de hacer, en temas de ley natural, a todas aquellas personas de buena fe que quieran considerar sus juicios y planteos morales?
Yo, que soy claramente antiabortista, e hijo espiritual del Papa de Roma (sea el que sea), me sentía incómodo con todas estas cosas: tengo la mala costumbre de fijarme más en la mota de polvo en el ojo propio que en la viga en el ojo ajeno.
Una vez más la liturgia vino en mi auxilio el pasado domingo (3ª semana de cuaresma): fue oír la frase, “la salvación viene por los judíos”, en el Evangelio de Juan de la Misa, justo horas después de que, ordenando la bibliografía para la edición del libro sobre Kafka y el Holocausto, me tocara dar la referencia de la obra homónima de Léon Bloy, y ver de paso el cielo abierto.
Me intentaré explicar. La escena que narra el Evangelio es la del pozo de Sicar. ¡Qué belleza! Reto a mis cuatro lectores a encontrar un pasaje más increíblemente bello, inteligente, humano, en cualquier obra literaria de los primeros 130o años de la era común (ya hablaré de esta denominación en otro momento, que si no me pierdo), al menos hasta Chrétien de Troyes. Yo escribiría un libro entero glosando cada palabra de ese pasaje místico (y como no lo voy a hacer, por ahora, puse al menos la maravillosa canción de Jesus met the woman at the well el domingo por la tarde).
Todos, hasta el más ateo, conocen la escena: Jesús, en la hora sexta (la de la muerte en la Pasión), se encuentra junto al pozo de Jacob, llega una samaritana y es Jesús quien le pide de beber. Que haga el favor de sacar agua para él ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí, samaritana, que te dé de beber? Si conocieses el don de Dios, si scires donun Dei, y quién te pide de beber (la sed del Cristo, otro momentum de la Pasión), tú ciertamente serías la que me pedirías a mí el agua, no el agua que sacia momentáneamente, sino aquella que sacia para siempre. Dáme, pues, de ese agua, dice la buena mujer, etc. Lo siento pero no me puedo detener, por más que la emoción me embargue cada vez que me aproximo a esta escena luminosa que contiene la historia de mi vida.
Después viene la cuestión del adulterio. Passons, que no quiero meter a nadie el dedo en el ojo. Jesús conoce el fuero interno de la mujer, y el de cada uno de nosotros. Y entonces le dice: Vosotros adoráis lo que ignoráis, nosotros adoramos a aquel que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Por si no ha quedado suficientemente claro, lo reptito: el Cristo dice que la salvación viene de los judíos.
De repente se me aclararon algunas dudas y cavilaciones de las dos semanas precedentes.
Recordé los pasajes de la antigua literatura judía (Jeremías, Job, Salmos) en los que, contradiciendo incluso a los defensores de que la nueva vida es humana desde su concepción, señala que lo es incluso antes de la misma: Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía y antes de que nacieses te tenía consagrado… Yo era hecho en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra…. Estoy oyendo las carcajadas de los expertos del comité de la ministra (por favor, qué alguien haga pública la lista), pero yo, que pretendo ser un hombre sencillo que se hace preguntas sencillas, pregunto lo siguiente: ¿algún padre puede afirmar, estando en su sano juicio, que él, y su pareja, son realmente los que han conformado esa nueva vida? Tengo cuatro hijos y de nada, en toda mi vida, me he sentido tan ajeno como de la conformación de la vida de cada uno de ellos (conste que no albergo duda alguna de paternidad, ja, ja, pobre Poli). Hay algo más, un secretum, más allá del padre y de la madre, y cualquier padre o madre lo saben. Nosotros no hacemos nada, nada, más que procurar no estorbar, poner el cuerpo, para gozar, sufrir y amar, pero de ahí a crear y conformar al niño, va un abismo.
La carta del Papa. La soledad del Papa. El desgobierno de la Iglesia. Qué manía. ¡Que no gobierna el Papa, sino el Espíritu Santo! ¿Ahora es cuando te has vuelto definitivamente loco? Puede que sí.
Dicen que el problema de fondo es que muchos miembros de la Iglesia (Cardenales, Obispos, sacerdotes, consagrados, laicos) temen una involución. El sacrosanto Concilio. ¿Acoger ahora los lefebrianos, que tanto han blasfemado contra el Concilio? ¿Era necesario? ¿Era urgente? ¿Por qué esa flexibilidad con unos (que suman al pecado de la soberbia el de la intransigencia) y esa mano dura con otros: teólogos de la liberación, curas casados, personas pendientes de secularización, partidarios de una apertura definitiva al mundo, a las prácticas sexuales “normales” (píldora, preservativos, más en el caso límite del SIDA, y especialmente en África), etc, etc?
Lo que me ha impresionado de la carta del Papa no es su sinceridad (siempre lo es), sino el hecho de que sugiera que se pueda llegar a convertir a los lefebrianos en un chivo expiatorio. Se dice que la sociedad contemporánea necesita un grupo al que estigmatizar, un grupo con el que mantener un grado cero de tolerancia. La imagen es peligrosa: podría deducirse que el grupo en cuestión, ¿debido a su fidelidad al Cristo? (¿por qué habría de ser si no?), se identifica con el Justo Doliente. Un asunto espinoso, ciertamente.
El chivo expiatorio del mundo contemporáneo no será otro que el que sea fiel al Cristo, al Cristo de Sicar, que lee en el fuero interno de la samaritana, que le confiesa (sin ella saberlo), que recuerda la tradición judaica de un Dios personal y comprometido con cada ser, antes de ser siquiera concebido, de un Dios al que le importa mucho más el amor que el pecado, la salvación que el juicio.
Y Jesús le dijo: Yo soy (como en la teofanía de la zarza), el que hablo contigo.
(En la foto, mi amiga Belén C. con su maravillosa hija M.)
Esto ha sido una explosión, Profesor. Tanto que no sé por dónde meterme.
De momento, compartir con Ud. y con los que caminan por su pequeño espacio esférico que mi oración de estos días se mueve por el ámbito de su magnífica exégesis de la “Escena del pozo”:
El Señor que vence al demonio del desierto y que, después, en la Cruz aparece como el absolutamente vencido.
El Señor que aparece transfigurado con vestidos refulgentes en el Tabor y luego en el Calvario, desnudo, como un gusano.
El Señor que ofrece un agua que salta hasta la vida eterna y, en la Cruz, dice “Tengo sed”. No recibe más que hiel y vinagre.
El Señor que devuelve la vista al ciego de nacimiento y, en la Cruz, aparece como el que no ve. “¿Por qué me has abandonado?”.
El Señor que devuelve la vida a Lázaro y que entrega la suya, hasta descender a los infiernos. El colmo es que parece que se la quitan.
Éstas si que son antinomias y no las de Kant (con todo el respeto).
Esa contradicción la veo con toda claridad en Benedicto XVI y en la Iglesia (también en la española, aunque a mí tampoco me guste la última campaña publicitaria).
Espero tomar con usted, al menos, un zumo en la FCOM y comentar algunos de estos asuntos. Gracias por aguantar el tostón (comprenderé que lo guarde para usted y no lo publique)
Si ha llegado Ud. hasta el final de esta epístola, lo menos que puedo hacer es invitarle a un chupito. Gracias de verdad por leerme y por sus palabras que comparto plenamente.
No quiero desanimar al amable José Antonio, pero le advierto que se cuide de la retórica del autor de este blog. Por poner un ejemplo en cuanto al “poco transitado espacio esférico”. No tiene más que mirar el mapa de “visitor locations” para darse cuente de que este blog lo lee mucha gente. Otra cosa es que consigamos dialogar con él, claro…
no esperaba menos de ti, tú, siempre tan amante de la retórica… ¡navarrica!