Notas para un diario 93

Quiero hacerte, si me lo permites, tres consideraciones breves, distintas y de alguna manera relacionadas entre sí. Primera. Una persona cercana, de esas que te comprenden y, aunque se dan cuenta de todo, de lo bueno y de lo malo, no te juzgan, me pasa con la elegante discreción que le caracteriza las frases de un místico contemporáneo que responden a las notas para un diario de los alrededores de la Navidad, esas entradas tan amargas como, a la vista de lo que ahora leo, tuertas por no decir directamente ciegas: “La fiesta se puede organizar, la alegría no”. En esta sencilla frase se resume lo que yo torpemente no conseguí decir, lo que pienso y siento desde hace más de veinte años de las fiestas de la Navidad. La idea está tomada directamente del pensamiento de Nietzsche, que decía que “la habilidad a la hora de organizar una verdadera fiesta está en traer a las personas capaces de poner alegría”. La alegría es un don (compatible por cierto con todas las estrecheces, con la miseria material y hasta con el lujo) en el que se resumen todos los demás dones del espíritu humano; es la expresión de estar en armonía con uno mismo, con los demás y con la creación. En Navidad organizamos la fiesta pero de ninguna manera eso garantiza la alegría, que es previa y se refiere a otras cosas. No hay duda de que en la vida hay que tener la habilidad de rodearse de personas capaces de poner alegría: personalmente, en ese aspecto no me puedo quejar en absoluto: me rodea gente capaz de convertir la vida en una verdadera fiesta.
Todo esto me lleva a la segunda consideración sabatina: anoche acabé de ver la primera temporada de la serie Los Soprano. Y será la última. No está mal, me he tragado con Paula los quince primeros episodios. Pero no veré más. Cuando se llega a cierta edad, uno se vuelve avaro de su tiempo. Empieza a pensar que no le queda mucho. Como en In treatment, el eje de la serie es la conversación de con un psiquiatra; en este caso de un mafioso. Un eje tronchado, naturalmente, ya que el tipo no tiene ni la menor intención de dejar sus actividades bárbaras, lo que de paso le impide salir de su postración psicológica y moral. La cosa se salva, un rato, por la vis cómica de un gran actor (y de unos guionistas notables). Pero no da más de sí. Pensaba no obstante que, queriéndolo o no, la película plantea una cuestión importante. Un problema que me ronda desde que vi la otra, la seria, la del psiquiatra de verdad. ¿A qué se va al psiquiatra? A curarse. Sí, pero… ¿de qué? La pregunta es si para curarse es preciso también mejorar moralmente. Hay una diferencia radical entre la sesión de psicoterapia y la confesión sacramental. No es el hecho de que el sujeto esté, en el primer caso, enfermo. A estos efectos, y pasados los treinta, enfermos todos. La diferencia es que la confesión es un juicio: un juicio en el que a uno le absuelve el Amor, pero un juicio al fin y al cabo. El psiquiatra no puede ni debe juzgar. Ese es gran parte de su atractivo: la sensación de que uno puede decir lo más oscuro de su vida sin que le juzguen de ningún modo. Me preguntaba un amigo, muy ortodoxo, al que hablaba con pasión de In treatment, si en la serie aparecía Dios de alguna forma. Aparece explícitamente una vez. Paul Weston le dice a Laura que el problema de la religión es que enfrenta la idea de un Dios tres veces Santo con un hombre caído y pecador que, por ese mismo motivo, genera la neurosis de la culpa. Menudo temita. No pretendo resolverlo aquí. Ni siquiera voy a hablar del asunto. Lo dejo planteado y que cada uno piense lo que quiera/pueda. Pero nadie me puede negar que la cuestión, la gran cuestión, está ahí, justamente ahí.
Una cuestión que podría ayudar a comprender, y es el tercer y último rollo que te meto, uno de los grandes enigmas de la literatura española del siglo XX: el silencio de Carmen Laforet, después de escribir Nada. Aparece estos días en las librerías Música blanca (Destino, 2009), la explicación que ofrece su hija Cristina. Lo leeré con mucho gusto, e incluso con ilusión. Cristina Cerezales Laforet ha adelantado lo que ya sabíamos, que la cosa tiene que ver con una conversión fulminante: “Dios me ha cogido por los cabellos y me ha sumergido en la misma Esencia“, decía la escritora. “Uno…Única”, así le resumió, hacia el final de su vida, el sentido de su existencia a su hija en un papel, subrayando las dos palabras en tinta roja. Por mi parte, adelanto que cualquier intento serio de explicación de ese silencio tiene que pasar por un esfuerzo de comprensión de Nada. Ahí está todo. Desde el mismo título. Me lo voy a releer estos días. Ahí está lo que verdaderamente importa de la Laforet: las palabras antes del Silencio.
Y ahora ya está bien: me voy a montar en bici.

7 Comments Notas para un diario 93

  1. Bastian 17/01/2009 at 10:33

    El amigo Weston se queda en la caída y no avanza hasta la redención. Propones temas interesantes. Me gustará leer lo que escribas sobre Laforet y su silencio después de ¨Nada¨.

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  2. Annie Leibowitz 17/01/2009 at 17:02

    El “amigo Weston” es un psicólogo psicoanalista y no psiquiatra, matiz importante.

    Amigo Alvaro, voy a extenderme, me disculpen.
    Me alarma tu nomenclatura y te delata tu lenguaje. Al psicólogo no se va a curarse, cosa que parece ser que el alma sí necesita cuando va al confesionario. El alma “está eferma”, dice la militancia.
    En terapia no se “confiesa lo más oscuro”, cosa que parece sí se espera en el confesionario, que además se hace en tinieblas.
    En terapia no se juzga, pero no por ello es “mas atractivo” ni más fácil. La terapia no atiende los síntomas, sino las causas, en terapia se ilumina, se comprende, se investiga, se sufre, se explora la mente (incluyo aquí el espíritu), se mejora, y se aprende entre otras cosas, a no juzgar/se, dando sentido al Amor (ese mapa de los afectos,los sentimienos, las emociones) del que tanto hablas.

    Sugerir, siquiera comparar, la sesión de psicoterapia con la confesión sacramental, lo divino con lo humano, me da hasta escalofríos.

    Como ves, ninguno estamos libres de prejuicios 😀

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  3. molinos 17/01/2009 at 19:29

    Vamos a ver. No estoy para nada de acuerdo.
    Estamos hablando de series de television, seamos serios.

    In treatment es una serie espectacular, con unos actores increibles en sus papeles y unos guiones brillantes. No es más que televisión. Weston es terapeuta. Escucha a la gente, trata de enseñarle recursos para que comprenda de donde le viene su insatisfacción y sepa como sobrellevarlos. Pero claro que juzga por favor…no voy a decir nada más porque si alguien no ha visto la serie no se la quiero reventar.

    De todos modos todo eso da igual. Es mentira, es ficción, es una serie. Una muy buena serie, excelente diría yo ( por algo la recomiendo). Los Soprano también es ficción, es mentira y es una serie cojonuda ( no sé si se pueden decir tacos). No se pueden comparar. Me parece increible que no quieras seguir víendola porque los protagonistas son “malos”….es ficción, son mafiosos….no sé, estoy alucinando.

    In treatment es estupenda.

    Los Soprano es estupenda.

    Si solo ves cosas de “buenos”, lo siguiente es “La Casa de la Pradera”….

    No me extiendo más, pero lo discutimos cuando quieras.

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  4. delarica@unav.es 19/01/2009 at 08:26

    Sólo un comentario breve: ya se ve que no os gustan las comparaciones, y yo que como profesor de literatura comparada pienso que la analogía es el mejor modo de conocimiento, por no decir el único que se puede explorar.

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  5. paisajescritos 21/01/2009 at 09:28

    Nada fue para mí un descubrimiento obligado y agradable, allá por BUP. La releí hace un año, por una razón. Coincide -y fue curiosidad pues soy consciente de que las lecturas son distintas según la edad, y por si la tenía mitificada- con un momento en que se critica Nada como novela inmadura. El motivo fue de todos modos, que de alguna manera novelas de Marsé me llevaron a ella de nuevo. Me explico, me parece que tienen en común no sólo la visión de bcn como paisaje urbano, sino el detalle, la riqueza con que se describe la bnc de puertas adentro, incluida la representación de las viviendas, como prolongaciones de las personas que en ella viven. La relación, p. ej. entre Ena y su tío Román me pareció un anticipo de lo que luego en un enfoque de aire más adulto (la visión de Ena era más adolescente, o al menos evoluciona desde la adolescencia a la madurez)vería en La muchacha de las bragas de oro. O el ambiente universitario. De nuevo, también en común, el contraste entre los personajes humildes que aterrizan en bcn y esas familias de pasado glorioso, que en algunos casos han venido a menos. También pensando en Nada me trasladaba, con otro tratamiento más a La Colmena, a La Noria de Luis Romero. Creo que en común tienen la introspección ( pasando por la mirada social que no es crítica, sino “así son las cosas”, de los personajes), la herencia de una familia y una sociedad. Tengo la sensación de que Marsé me gustó años después, cuando comencé a leerlo, porque me recordaba a Nada. Se me ocurre que Laforet llegó a tal nivel de mirada interior que decidió que era totalmente prescindible dejarlo por escrito. Bien, cuando me pongo a hilar a mi aire, escribo más aprisa que pienso. He dicho.

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  6. delarica@unav.es 22/01/2009 at 08:55

    pues a mí me parece que todo lo que dices es muy razonable y lo comparto plenamente: cuántas cosas apuntas en pocas líneas. Ena y Román, una relación que da verdadero miedo pero que se te queda clavada como un rayo de tiniebla. Las habitaciones como prolongación de las personas: sobre eso escribí una buena parte de mi tesis doctoral. Si pensó CL eso que dices al final, me ca’ en to’: podía haber hecho el esfuerzo de trasladarnos algo: lo hizo Juan de la Cruz o Cristina Campo, y algunas docenas más, y gracias a eso nos mantenemos lo suficientemente aturdidos como pa’ tirar pa’ lante

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  7. delarica@unav.es 22/01/2009 at 17:35

    y un millón de gracias por las fotos de Aranjuez!

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