Notas para un diario 90

King´s Night. Por la mañana, en casa. Aturdido por varias cosas que necesito reposar. Ayer fue una tarde de Reyes y de esos otros reyes que son los amigos de verdad, en ocasiones el mero prójimo al que por una súbita inspiración tratamos lisa y llanamente como se merece, sin pararnos a pensar demasiado en ese dni que nos formamos de los demás en un segundo en nuestras mentes, nunca suficientemente abiertas. Hablo con mi amigo Pedro, al que veo poco pero quiero mucho, de Giussepe Pontiggia y de Nati due volte, la novela que dedica a su hijo subnormal (en España la editó Salamandra en 2002 y aún se puede encontrar), y me recuerda el magnífico relato de Claudio Magris en el que cuenta como se encontró, en el Monasterio de Pedralbes, delante de un padre que enseñaba, con infinito amor, paciencia y dignidad, a su hijo con Síndrome de Down, a distinguir cuidadosamente cada uno de los cuadros de una muestra de retratos de la Escuela española que colgaban de las paredes reconvertidas en salas de exposición : cuenta emocionado (“Un padre, un hijo” en El infinito viajar) que el padre, delante del retrato de Mariana de Austria, se descubre la cabeza y lanza, al aire, un sonoro e ilusionado: “Velázquez”. Claudio, yo, y cualquiera nos quitamos el sombrero ante ese pequeño gran maestro, con más sentido de la vida y de la belleza que tantos “sabios” que no ven más allá de sus narices. Increíblemente, ya de noche, acompaño a Inés a casa de unos buenos amigos que han preparado, para los pequeños, la visita del Rey Gaspar a su casa, vecina de la nuestra. Cuando llega su Majestad, me llama la atención que lo primero que pregunta es donde está el niño: no se refería al dueño de casa sino al del Belén, ante el que se arrodilla y reza en silencio un buen rato. Los niños, alucinados, le secundan y se postran ante la imagen del Cristo. Los mayores no fuimos capaces. Estando en medio de este silencio atronador, observo que han venido también otros amigos, Ana y Tomás, padres de tres niños pequeños que rezan detrás del Rey. Dos de ellos tienen una enfermedad que les convierte en unos seres tan diminutos como plenos de belleza. Una forma de enanismo que acorta sus huesos y contrae todos sus rasgos. Observo que, como siempre, están vestidos y peinados no ya con cuidado sino directamente con amor. Esplendorosos, la niña exhibe el lazo más bonito de toda la fiesta: azul, a juego con sus ojos y con un vestido tan pequeño como primoroso. Yo no tenía ojos nada más que para ellos y para una madre que, a una belleza física radiante, añade un halo de bondad y finura como pocas veces se ve. Hablo con el padre que me cuenta que ha pasado una semana con gripe. Los primeros días, me dice, con cuarenta de fiebre, pensé que realmente cualquier cosa puede acabar con nosotros. Y sentí miedo, añade. Mientras, yo pensaba que con una décima parte de su coraje y de su fortaleza moral yo tal vez no moriría nunca. La luz de esa familia, a la que siempre veo alegre y optimista, me llena el corazón. Pienso que esos minutos a su lado es mi regalo de Reyes, un regalo del que tendré que dar cuenta. En realidad, ya había recibido otro de naturaleza similar por la tarde: el largo prólogo que Magris ha dedicado a mi libro sobre Kafka y el Holocausto. Me lo prometió y, como hacen los amigos de verdad, en medio de dificultades objetivas y de una actividad frenética, lo ha cumplido sin darse la menor importancia. Puedo adelantar que es mucho mejor que el propio libro. Por la noche, repasando mentalmente el día, pienso que en los tiempos de Velázquez, en la Corte de su Católica Majestad, y para vergüenza de los que nos llamamos católicos, se denominaba a los enanos “sabandijas de palacio” (la misma palabra que empleaban los nazis con los judíos, la que preparó el exterminio; y no muy distinta con la que el nacionalismo vasco extremo califica a los que no son de aquí). Aquellos seres indefensos se usaban como “desahogo” de tantos que los insultaban y pegaban sin miedo a sentir ni padecer ninguna forma de culpabilidad. Todavía en 1964, un tal Doctor Moragas, en un “análisis médico” escribió de uno de ellos que sufría “cretinismo con oligrofrenia y las habituales características de ánimo chistoso y fidelidad perruna“. Tal cual. El buen doctor también se quedó tranquilo y a nadie se le ocurrió meterlo en la cárcel. La gran Enriqueta Harris, cuya lectura os recomiendo encarecidamente (¿quién decía que los hispanistas se quedan siempre a un paso de entendernos de verdad?), nos mostró que sólo Velázquez supo ver lo evidente: la inmensa belleza y elegancia de esos seres distintos. Ramón Gaya (en Veláquez, pájaro solitario) también lo describió con mano maestra: “Para Velázquez, la realidad, el cuerpo de la realidad, es algo imprescindible, pero también sin mucha importancia, o sea, es algo que, siendo absolutamente imprescindible, no es decisivo; lo decisivo estará dentro, encerrado dentro, transparentándose. Velázquez pinta esa transparencia, no quiere pintar más que esa transparencia; de ahí que la realidad que termina por presentarnos –tan veraz– no sea propiamente realista, es decir, corpórea, pesada, abultada, sino imprecisa, indecisa, insegura, movible, casi precaria”.

5 Comments Notas para un diario 90

  1. Bastian 06/01/2009 at 12:34

    ¿Título de tu libro? Por ir encargándolo. Felz año.

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  2. molinos 06/01/2009 at 17:17

    Que buena nota, me ha encantado. tierna y nada pedante.
    felices reyes.

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  3. anna 07/01/2009 at 12:14

    qué bonito comentario de la noche de Reyes. Gracias

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  4. Alvaro de la Rica 10/01/2009 at 17:07

    Kafka y el Holocausto.
    Gracias a los tres!

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  5. Bastian 11/01/2009 at 12:19

    De nada.

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