En Pamplona. Vísperas del fin de año. Si tuviera que resumir con una expresión lo que pienso respecto de este año bloguero (sólo llevo nueve meses, pero no he parido ni un ratón), no acudiría al tópico regio del annus horribilis (a disastrous or unfortunate year, según la definición del sapientísimo webster que tengo siempre a mano, y que te recomiendo que lo pongas en la mesilla de noche o a modo de almohada, pero en todo caso cerca del oído): no lo haría porque me gusta la precisión en el hablar y en el escribir (si nos quitan eso, ¿qué nos queda?) y la verdad es que no me ha ocurrido ningún desastre, ni en este año he carecido de fortuna, al menos en mayor medida que en otros anteriores; no, la expresión correcta no es otra que esta: things fall apart. Me gusta esa frase –”todo se demorona”, sería una buena traducción, si no fuera porque omite el término cosa, y éste es esencial– por otros tantos motivos que paso a describirte, pies de nácar, con un orden inverso de importancia: primero porque (como a Rilke, a François Ponge y al maestro ampurdanés que me inspira) me apasiona y uso mucho la palabra castellana (y catalana) cosa, Ding en alemán; segundo, porque la han empleado de modo muy significativo dos poetas a los que adoro, uno en verso (Yeats, en The Second Coming, uno de los grandes grandes poemas del novecento) y otro en prosa (Chinua Achebe, que la toma del anterior y entorno a la cual construye uno de los microcosmos literarios más bellos que jamás se hayan escrito: leed la novela que la lleva en el título en el original inglés, por favor); y, tercero, y puesto que no soy nominalista, más importante, porque refleja a la perfección mi estado de ánimo en el momento presente. Nadie como el propio Yeats para describirnos la situación, tal y como yo también la percibo alrededor y sobre todo in my inner most: Turning and turning in the widening gyre/The falcon cannot hear the falconer;/Things fall apart; the center cannot be hold;/Mere anarchy is loosed upon the world/The blood-dimmed tide is loosed, and everywhere/The ceremony of innocence is drowned;/The best lack all conviction, while the worst/are full of passionate intensity. Increíblemente bello y preciso, ¿no? Como no hace falta que te lo traduzca, me limito a decirte que me encanta la mezcla tonal entre aristocratizante (los halcones y halconeros, la separación entre mejores y peores, las absolutizaciones constantes), apocalíptico (es evidente, desde el título, y en cada verso) y al mismo tiempo analítico, sencillo y directo. A Yeats no le importa comenzar no con uno sino con dos gerundios (el poema está creciendo todo el tiempo: por momentos parece que fuera a estallar), llenarlo todo de participios y hasta repetir el mismo dos versos más tarde (loosed), y usar sin ningún recato la bienamada palabra “cosa”. Y qué aciertos verbales: la ceremonia de la inocencia ahogada por la vulgaridad, el impudor y la sangre descolorida, la expansión del círculo que traza el halcón, la imposibilidad de oír al halconero (Cristo en la vieja traditio sajona y en el poema de Hopkins que Yeats conocía), la perdida del centro, del sentido. Y, lo más importante, la inteligencia con la que los últimos versos (“Los mejores carecen de convicciones, mientras que los peores/están plenos de una apasionada intensidad”) se deben aplicar no a unos y otros, que también, sino ambos a cada quien: son los dos hombres que me habitan, mientras el mejor pierde la fe, el peor se llena de pasión por lo más bajo. Para que luego digan que los poetas no sirven para nada; como Mueck, en cuyas imágenes me veo retratado cada día: son mi verdadero espejo, el que refleja la decrepitud y ensanchamiento de mi carne y el abatimiento de mi espíritu gastado.
yo soy de los peores sin duda. Pero una vez que se asume se lleva bien.
nadie es buen juez en su propia causa