En casa. Y tú (mira que eres fría), a orillas de un lago helado. La verdad es que ya te estaba echando de menos, pies de nácar, que si mucho libro con o sin alma, que si esto que si lo otro, pero me faltabas tú, nuestras charlas llenas de humor, de libertad en todo caso, de un sentido de la libertad un poco bárbaro que me ha dado cuenta de que compartimos, aunque me temo que estas lunas de miel duran poco, acaso lo que dure este maldito blog, al final acaban transformándose, cual coleóptero kafkiano, en algo distinto, mejor o peor pero distinto, bueno pues como te iba diciendo te estaba echando de menos y el otro día cuando estabas outre mer pensé, en un momento dado, que quería escribir sobre la decrepitud corporal, tú que acechas a todos los hombres guapos que pasan por delante de ti, y quería empezar cómo no por el famoso verso baudeleriano/gatopardescco que me llevo repitiendo desde hace veinte años y que dice así: Donnez-moi la force et le courage/de contempler mon coeur et mon corps sans dégoût (he tenido que buscarlo porque, como parte de la decrepitud, el órgano de la memoria también me falla y lo había reconstruido así en mi cabeza: Donnez moi Seigneur la force et le courage/de contempler mon corps sans dégoût, toma ya, le había añadido una imprecación celeste y le había quitado la referencia al corazón, prueba de hasta que punto se me está desecando…). Bueno, te cuento pues como se ha producido el déclic que me ha traído hasta aquí, una vez más hasta las orillas vellosas de tu rubia cabellera para susurrarte lo que pasa por mi siempre agitada mente (no soy un poeta sino solamente un manojo de nervios, dijo el ruso acaso pensando en mí): todo empezó leyendo en el famoso ensayo sobre Torrentius el adjetivo con el que Herbert califica la luz del cuadro de marras sobre el que escribí ayer: dice que es una luz “clínica”. Yo, que no he visto el cuadro al natural (la foto, a pesar de que hice pruebas con otras cinco, es plenamente insatisfactoria), me puedo imaginar perfectamente a lo que se refiere, más después de haber visto en cosaswood (un blog que te recomiendo, cuando lo explores entenderás porqué lo digo) la foto del pasillo de un hospital que preside este malogrado post: no voy a decir aquello del poema de Kavanagh (Hace un año me enamoré de la sala funcional/ de un hospital…), pero sí puedo en cambio afirmar que me he enamorado de los colores de esa fotografía, lo suficiente al menos como para ponerme a escribir sobre ti. Y es que el bueno de Patrick, otro gran olvidado poeta local (me muero de risa con las famas y cronopios actuales), en ese poema que se titula The Hospital y que cualquier día te copiaré enterito solo para ti, dice una cosa que esconde el secreto y la verdad (son lo mismo) de la decrepitud corporal y de la muerte (justo lo que a su vez está escondido en los colores sobresaturados de la belle photo): a saber, que nombrar las cosas es de por sí un acto de amor y aquello que el amor promete, for we must record love´s mystery with out claptrap,/Snatch out of time the passionate transitory, que más o menos quiere decir lo siguiente: “Porque debemos dejar constancia del misterio de amor sin buscar aplausos de hojalata/arrebatar al tiempo lo apasionado transitorio”. Toma ya, que como siempre hemos terminado tú y yo a orillas del mediterráneo, esta vez con los filósofos jonios (¿sabes que Irlanda más que romanizada fue directamente cristianizada por monjes? ¿aún no has leído La confesión de Patricio? Aunque no haya más que leer las cartas eróticas de Joyce a su mujer para darse perfecta cuenta de ello, cuando quieras te doy el resto de la bibliografía), y yo con estos pelos. Bueno pues termino por hoy: eso es lo que veo yo en esa foto, pies de nácar.