Notas para un diario 251

Vuelve a aparecer en mi horizonte, acaso donde menos lo esperaba, la famosa alternativa kafkiana entre vida  y literatura. En este caso de la mano de Unamuno a quien leo con pasión desde hace más de un mes. Hay alguna causa que aún se me escapa por la que esta dicotomía se convirtió en un eje de la generación del novecientos, de Unamuno a Kafka, de Pirandello a Ibsen o al propio Joyce (The dead debió de escribirse en el filo del siglo); y si realmente es causa y no mera razón o motivo se me ha de escapar siempre. Europa mascaba a diario la muerte y la idea de la muerte, y el arte se convirtió en un espejo o sea en una enciclopedia (de los muertos): bastaba con acercarse, mirar de frente e introducir la mano para encontrar más que rostros máscaras, más que cuerpos cadáveres, más que almas fantasmas. ¿Fue acaso la presencia estólida de la guerra, las innumerables contiendas que se sucedieron desde la Revolución francesa en adelante y hasta la Segunda Guerra mundial, la que conformó el sentido trágico de la vida de dos generaciones de europeos? España es una maestra en esta materia, su reflexión sobre la muerte a través del arte (de Paulino de Nola a Manrique a Zurbarán) es de las más refinadas sin duda. Pienso que el tragicismo hispanoamericano, especialmente el mexicano, nos debe algo a ese respecto; no todo es autóctono. Calderón no habló de otra cosa como muy bien saben los alemanes de antes y de ahora que lo estudian con afán. Y Unamuno fue el maestro de una generación que lo leía a fondo (El sentimiento trágico, La agonía del cristianismo, etc). Yo que queréis que diga: pienso en la muerte cada día desde hace casi cuarenta años, aunque naturalmente en el día a día procuro olvidarme. Lo que pasa es que pensar en la muerte es pensar el sueño, vivir el humor (negro o no), mirar un paisaje a la caída de la tarde y por supuesto escribir. La muerte en definitiva es magistra vitae. Lo verdaderamente trágico quizás sea no pensar en ella. Y me asombra que casi todos los autores que he enumerado pensaban en el arte como un modo de supervivencia, light, supervivencia histórica pero supervivencia al fin y a la postre. Escribían de cara a la muerte. Lo que evidentemente era tan sólo ponerse una máscara.

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