Fin de semana en Burdeos. Homenaje a Florence Delay. Por una parte, los organizadores, una asociación de diplomados de Aquitania. Personas casi todas de una edad venerable, ansiosos de aprender, de hablar, de compartir conocimientos. No han temido al frío y algunos han puesto su vida en juego. De otra un puñado de amigos de Florence, encantados de pasar un fin de semana alrededor de alguien a quien queremos y admiramos, por ese orden. Más allá de las intervenciones, algunas muy lúcidas, del talento de Flo que asoma cuando uno menos lo espera, en una contestación, en un gesto, contando una historia en un momento de tensión, sobre todo he podido experimentar la profunda verdad de ese dicho de que los amigos de mis amigos son mis amigos. Algunos no nos conocíamos de nada, ni siquiera nos habíamos leído mutuamente, pero a los pocos minutos reinaba entre todos la más abierta amistad. Es un milagro, pero nada acerca más a la gente que mirar libre y serenamente hacia un mismo punto. Burdeos estaba preciosa, helada, dorada como el sol sobre las piedras de los edificios del XVIII. Todo ha sido muy rápido, muy imperfecto, menos la amistad recién alumbrada o plenamente confirmada, según los casos. Pocas palabras han bastado. Conocemos las encrucijadas por las que unos y otros estamos pasando, y con una sonrisa se han disipado no pocas nieblas. Es el arte del amor entre los amigos, algo que siendo gratis no se paga con nada.