El tratamiento del amor es la prueba del nueve de la literatura. La mejor literatura habla del amor (o de la muerte) y por eso no resulta imposible distinguir en efecto la buena de la mala; es tan difícil decir algo nuevo, original, lúcido sobre ese dios que cada libro por sí sólo se autocalifica de inmediato. ¿Aporta algo nuevo o repite peor o mejor dicho lo que se ha escrito ya mil veces? Platón a la cosa de la novedad, y aún antes, añadiría que el amor debe decirse de una manera determinada, prefigurando la necesaria exigencia formal que una obra de literatura debería mantener siempre. En la novela que se publicará próximamente en Alfabia hablo del amor, veremos con qué suerte. Por ejemplo hablo de una cosa que yo llamo la “sombra de un amor”. Un personaje le escribe a una amiga a la que cree haber amado que el tiempo le ha ido descubriendo que entre ellos más que un amor lo que hubo fue la “sombra de un amor”, o sea, algo que se parece al amor, tiene algunas o muchas de sus formas y manifestaciones, pero en realidad no es nada, apenas una sombra. Si acaso, más bien resulta su espantajo porque el amor, que es lo más valioso y delicado de la vida, no puede ni debe manipularse al antojo de los amantes. En una de las historias (son nueve en total) en las que se continúa la que ahora se va a publicar reaparece el asunto de la sombra, pero de un modo opuesto. La “sombra de un amor” también puede ser el efecto de frescor y amparo que produce el amor verdadero. Cuando por los motivos que fueren – muy graves y radicales han de ser para que alguien renuncie al amor verdadero – no pueda producirse la unión plena, sí existe, el amor es tan poderoso y real que puede proyectar una suave sombra que les cobije el resto de la vida. Ambos sentidos de la expresión, que yo tomé de la teología negativa, se complementan y a la vez se excluyen.