“A veces pienso que la comedia de mis libros es una sátira sobre su falta de conclusión”, le escribe Saul Bellow al profesor Chase en mayo de 1959. Ese auto-conocimiento, esa flexibilidad y esa libertad sólo la tienen los más grandes. Días de lectura intensa, a la espera de la escritura que vendrá pronto. Una acción prepara la otra, como las palabras alistan el alma y preparan los actos, y todo ello mueve a la ternura del contemplar. Yo he visto la lectura siempre como un adentrarse en un bosque, de modo que cuando un cuento comenzaba con ese emplazamiento me parecía redundante. Ahora mismo, leyendo a dos grandes entre los grandes (el novelista Bellow en sus cartas de Alfabia y el poeta vasco Claude Esteban en sus ensayos de poética, Critique de la raison poetique) me he encontrado en un camino en medio de un bosque muy frondoso, con árboles rectilíneos, negros y delgados como los de la foto y con un suelo morado, color de brasa, ardiente de vida y de amor a la vida y a la gente que nos rodea, o sea un paraíso para alguien como yo dado a los afectos auténticos. En un ensayo titulado Un lieu hors de tout lieu, Claude Esteban, poeta del tiempo mucho más que del espacio como casi todos los que a mí me interesan, habla del adagio virgiliano labor omnia vincit. Lo explica con palabras memorables: ce labeur telle que Virgile le comprend, ce travail que peut vaincre toutes choses, c´est celui, intrinsèquement, du poet – d´une conscience qui se refuse à la disparité de l´immediat, à l´usure, à la dispersion du multiple, et qui aspire à reunir derechef, para un acte véritablement religieux, l´exercise de mots et l´horizon des choses… La pietas virgilienne, celle qui s´éxprime dans les Géorgiques, tout autant que dans l´Enéide, n´est pas autre chose qu´un appel à la conscience de chacun, une invite à renouer le dialogue avec la sainteté des choses et des êtres. Ici, et dès à présent – sans plus rêver à une Arcadie antérieure ou à quelque Olympe. En otras palabras, que toda poética está destinada al fracaso, al divino fracaso del que hablara Cervantes con conocimiento de causa. Sisífico trabajo del alma, por tanto. El mismo al que alude Saul Bellow en una carta, nota, un billet realmente, que le dirige a su admirado John Cheever cuando tiene noticia de que éste padece una enfermedad incurable. Diciembre de 1981. Bellow no quiere decirle demasiadas cosas. “Puedes arreglártelas sin ellas”. Me encanta esa timidez franca, maschile. Pero sí le escribe una o dos esenciales. Le habla de un “vínculo significativo” entre ambos. Bellow no sabe muy bien de qué se trata pero se arriesga a definirlo así: “… sometimos nuestras almas al mismo tipo de educación, y esa formación esotérica en la que tuvimos el descaro de persistir, bajo la mirada hostil de la América exotérica, es lo que nos une”. Se trata del mismo trabajo de una vida entera al que aludía Claude en la frase de Virgilio. El trabajo de transformarse a uno mismo. “Cuando leí tus cuentos reunidos me emocionó ver la transformación que se producía en la página impresa. No hay nada que importe de verdad, salvo la acción transformadora del alma. Te amé por eso (sic). Te amaba de todos modos, pero por eso especialmente”. No hay ni que decir que a mí esa es la única liga en la que me interesa jugar. Como escritor pero también como persona. Todo lo demás me parece cerrado, mediocre, deprimente.