Cuando, en víspera de Navidad, te llamaron y te dijeron que te quedaras con los mayores, dando por sentado que estabas en “el secreto” juego de los adultos. Cuando no te dejaron acostarte con los pequeños y seguir “creyendo” o al menos “querer seguir creyendo”, cuando cortaron de golpe con un cuchillo envenenado tu infancia, ¿qué sentiste?, eh, dime, ¿qué sentiste?: la tristeza por todo lo que dejabas atrás, por la inocencia de un país perdido o la alegría y la excitación – el élan– de descubrir un nuevo mundo lleno de posibilidades futuras, incluida la de velar como otro guardián entre el centeno por la inocencia de los más pequeños…
Notas para un diario 219
Para mi hija Inés y todas las niñas de ocho, nueve y diez años