Fin de las vacaciones. El corazón es un microcosmos. Cuatro días de descanso han bastado. Lo importante es el ritmo. Hacer durante varios días las mismas cosas, con calma, sin estar pendiente del reloj. Necesitamos la repetición, al menos tanto como la variación; necesitamos a los demás y necesitamos estar solos. Un cuerpo es sagrado porque es amado. Los días se alargan, pero yo los he recortado acostándome pronto, a veces hasta con luz solar. He madrugado, escrito, leído, leído mucho. Y reflexionado. No salgas fuera, entra dentro de ti mismo: porque en tu hombre interior reside la verdad (S. Agustín, De vera religione, 39, 72). Siempre lo he creído así. No obstante, apenas he tenido tiempo de pensar en mí. He conducido, llevado, traído, acompañado, escuchado, paseado, contemplado (todo participios que implican una actividad más bien pasiva, casi una no actividad) a los que me rodeaban (incluido Brako). Sin más. No siempre me apetecía, en absoluto. Pero ya no quiero minusvalorar la importancia del mero estar, dejando a los demás su espacio. No quiero que mi casa nunca más sea un hotel.