Paso la semana pegado literalmente al volumen de Nicolas Bouvier de Quarto (Gallimard, 2004). Ahí aprendo un montón de cosas. Poco a poco. Sobre él. Sobre mí. Cosas que no sabía, la verdad. Todavía es mucho más lo que no sé. Además, todo cambia todo el rato: sin duda se trata de un libro vivo y único, escrito me temo a costa de la propia vida. Anoche leía casi con lágrimas en los ojos el capítulo que da título a Le Poisson-scorpion. Habla por separado de cada uno de sus padres y (creo yo) del amor de su vida. Alguien a quien perdió y nunca recuperó. Estaba tan herido de muerte por sus padres (¿por el mero hecho de nacer?) como podía estarlo Fritz Zorn, el autor de Bajo el signo de marte (otro suizo). Bouvier optó por viajar y por buscar la verdad en vez de despotricar contra todo el mundo. Pero la profundidad de la herida de uno no era menor que la del otro. Considero que las seis páginas de ese capítulo deben colocarse encima de las grandes líneas escritas en el siglo XX, y considero también que son intraducibles (en su precisión geométrica, en su emoción, en su musicalidad interna). Debajo late la verdad buscada con un ahínco absoluto y pagada a precio de sangre. Todo depende de la verdad, de su búsqueda y de los hallazgos más o menos fulminantes que podemos hacer de ella. Deux vies, un instant, la plénitude, la félicité… A Bouvier escribir esas páginas le costó más de veinte años. No pudo enfrentarse a lo intuido en esa deprimente habitación de Ceylan hasta tantos años después. Pero nunca cesó de buscar lo que había entrevisto. Y no le valieron excusas. Tampoco los grandes planteamientos, the bloody big words, good for nothing. Se metió muy adentro de sí mismo, en su “habitación roja” y peleó a vida o muerte con el ángel jacobeo. Bendito, bendito sea Bouvier.