Notas para un diario 73

Pensaba de madrugada en el misterio del domingo, en las pocas personas que conozco a las que les guste el domingo: las dosis de tedio y bilis negra que genera, cada siete días, el dies domenica es como para poner los pelos de punta a cualquiera: recuerdo estremecerme de niño ante las palabras del canon de la Misa en la que se nos prometía un “domingo sin ocaso”; me reía el otro día con un amigo al recordar, en esa misma línea, el poema Resurrección de Vladimir Holan en el que se habla de las trompetas del Día de Juicio: lo que nos faltaba es que, además de ser juzgados, nos vayan a tocar la trompeta. Se pueden escribir miles de páginas sobre las sensaciones que genera un domingo cualquiera, pero nunca agotaremos ese misterio en el que el tiempo se sobrepone al espacio y la cualidad a la cantidad. ¿A quién le importan las sensaciones? A mí, por ejemplo, y al Rousseau de Las ensoñaciones que procuro leer cada domingo antes de comer. Sin ir más lejos, estos días he tenido una muy rara, mezcla de felicidad y espanto, al saber que había sido tío abuelo: ha nacido hace unas pocas horas mi sobrina nieta Gabriela, a la que mando desde aquí mi más rendida bienvenida al mundo. Hija de mi sobrino Charly, y con ese bello nombre, me trae la noticia de que la vida sigue y de que yo he pasado a primera línea en la trinchera de la muerte: l´enfant vient de naître, mais nul prodige encore ne l´avait fait connaître, dice el introito de La infancia de Jesús, el extraordinario oratorio que Berlioz comenzó a componer en medio de una fiesta parisina para sustraerse a la banalidad del mundo. París, Berlioz, como no acordarme de los episodios de la Rue de l´Assomption, en la que he vivido yo con la abuela de la niña recién nacida: “…no puede imaginarse lo que es esta música si no la conoce: algo suavísimo, de una ternura y delicadeza tales que nadie puede escucharla con los ojos secos…y por mi mente empezaron a desfilar –sin que yo pudiera oponerles resistencia– imágenes de la niñez de Nuestro Señor Jesucristo…” Mientras escucho la obra maestra de Berlioz, yo me represento la Huida a Egipto, sobre todo después de haber leído en Agustina Bessa-Luís (Dicionário imperfeito) la sorprendente conjetura de que la Virgen era la hija dilectísima de una familia principal de Nazaret, la pretendida por todos los herederos de Israel, de qué modo si no hubiera podido organizar su huida a Egipto sin contar con medios materiales. En fin, no lo sé, sería bello que hubiera elegido entonces a un carpintero por esposo: su pobreza sería espiritual, como exige el paradigma de las bienaventuranzas. Yo me limito a volver, un domingo más, a la ciudad que amo: con su luz me resulta más fácil atravesar la densa oscuridad de este día que me rasga las entrañas con una melancolía a ratos insoportable. Me traslado allí con la imaginación, recorro la Isla de San Luis de la mano de Azorín y a falta de cosas mejores me aturdo de literatura.
(La foto la he cogido prestada, ¡ay!, de un blog maravilloso que encontré ayer, y que os recomiendo a todos: está entre mis favoritos en la columna de la derecha, y tiene por autora a Magdalena Merlos a la que desde aquí pido disculpas por la indebida apropiación).

3 Comments Notas para un diario 73

  1. molinos 02/11/2008 at 19:49

    ¡Enhorabuena tío abuelo!

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  2. magdalena merlos 02/11/2008 at 20:55

    Hablaremos más despacio:, gracias por tus palabras allí y aquí (la foto prestada sin problema: la indebida apropiación es la que carece de citas y notas a pie de página). Empatía casi a priori: tengo pendiente a Bukowski (casi seguro que tiro de uno de sus poemas). Ah, y desde esta mañana desde mis paisajes escritos hay recomendación a tu blog.

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  3. Mary 04/11/2008 at 21:28

    Gracias Alvaro por esas palabras tan bonitas.
    El club de las abuelas es algo muy especial.
    Me apunto a tu blog.
    Mary

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