No sé lo que ocurre por otros lares, pero aquí en el viejo reino navarro estamos bajo cero; al despertarme, mirar por la ventana y contemplar, en silencio, todo este frío, me he acordado de Lidiya Ginzburg y su Diario del sitio de Leningrado. Quizás porque yo mismo me siento un tanto sitiado: como a todos, me rodea la cercanía de la muerte (una gran amiga mía agoniza en Madrid, devorada por el cáncer; otra, en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, transmite la vida a costa de la suya propia), el cansancio hasta la enfermedad, el miedo al desamor, o la desafección, la tentación del fracaso, la banalidad del mal que se hace tan patente estos días en los medios de comunicación de masas (nunca mejor dicho). En ese relato ruso, en el que un personaje denominado N., lucha por sobrevivir al asedio alemán de la ciudad, se dicen cosas precisas sobre la lógica sustitutoria, y circular, del sufrimiento: “Aquellos que se están ahogando, que aún forcejean en el agua, no tienen pereza de forcejear, no les resulta desagradable forcejear. Esto es la sustitución de un sufrimiento por otro, es la insensata obcecación de los desgraciados en un objetivo determinado, obcecación que explica por qué las personas son capaces de vivir en el aislamiento, en presidio, en los últimos escalones de la miseria, al tiempo que sus semejantes, viviendo en confortables chalets, se disparan un tiro en la sien sin motivos aparentes. El sufrimiento tiende permanentemente a librarse de sí mismo con la ayuda de otro sufrimiento que lo sustituya”. Que yo sepa el primero que hablo expresamente de los círculos del sufrimiento fue el Dante. Lidiya Ginzburg señala, muchas páginas después, que sólo hay una acción que puede romper ese círculo: la escritura. La escritura convertida en acción humana, en el sentido que Hannah Arendt diera a esta expresión aristotélica. Lo explica muy bien la Ginzburg: “El círculo es el símbolo del bloqueo, símbolo de una percepción concentrada en sí misma. ¿Cómo romper ese círculo? La gente da vueltas dentro del círculo y no consigue alcanzar la realidad. Les parece que están luchando, pero no es verdad, los que luchan son aquellos que están en el frente. Les parece que no luchan, que únicamente se dedican a buscar alimentos, pero eso tampoco es cierto, porque ellos están haciendo en esta ciudad que lucha todo lo que es necesario para que se mantenga viva. Esto es lo que les ocurre a las personas cuya actuación no es una simple acción sino una reacción ante algo. ¿Cómo romper, entonces, este círculo con una verdadera acción? La actuación es siempre un reconocimiento de lazos comunes (sin los cuales sólo es posible mugir), lazos que incluso atan al hombre a su pesar, aunque los egoístas hablen y seguirán hablando (a escala mundial) de autoengaño, de aislamiento y de absurdo. Los que escriben, lo quieran o no, entablan un diálogo con el mundo exterior. Ya que los que han escrito mueren, mientras que lo escrito, con independencia de sus autores, permanece. Es posible que una conciencia prefiera para sus adentros destruirse completamente con todo su contenido. Pero los que escriben mueren; en cambio, lo escrito permanece. Escribir sobre el círculo es romper el círculo. A fin de cuentas se trata de una acción. En ese abismo de tiempo perdido, algo se ha encontrado”. ¡Joder! En la edición que tengo de ese libro mágico y secreto, apunté, en alguna de la media docena de veces que lo he leído, entre paréntesis, después de esas frases que te he recopiado, que yo no estaba seguro de todo eso. No estaba seguro de que escribir fuera suficiente para romper el círculo, para hacer frente al vacío, a la nada que se perfila detrás de ese “algo se ha encontrado” final. Tampoco ahora estoy seguro, pero sí creo un poco más en el carácter sacro de la escritura, al menos en lo que a mi vida particular y concreta se refiere (a mi vocación, si prefieres llamarlo así). ¿Tendría que haber escrito sacro o, tan solo, venerable.? ¿Se trata de un elemento del culto debido, o no hay para tanto? ¿Se trata de un sacramento o, más bien, de un sacramental? No lo sé, aún. Está claro que escribir nos hace hombres, pero no está nada claro que pueda hacernos santos. ¿O sí? ¿Es que se puede ser perfecto sin ser plenamente hombre? Te recuerdo que la perfección, al menos en el sentido que a mí me interesa, no tiene nada que ver con la excelencia a la que a algunos les encanta aludir. Odio la excelencia. La excelencia es autorreferencial, cerrada y excluyente (excluye a los demás, respecto de los que se busca sobresalir); la perfección es un límite abierto, porque precisamente acoge hospitalariamente, no sólo a los demás, con todos sus defectos, sino a la imperfección propia. Se trata de irse perfeccionando, desde la imperfección; es un juego, una dialéctica, y no propiamente un progreso, un juicio interesado al otro, o una falsa escala hacia el sobresalir (ese genio que fue Pablo de Tarso no hablaba de juego, pero sí de deporte). Te diré aún más: no hay más perfección que el abajamiento, la kenosis que se nos pone delante estos días en forma de rey/Niño/esclavo. Se trata de vaciarse de uno mismo, despojarse de la doxa que nos es propia, como hombres y mujeres racionales que somos. Te he recomendado mil veces que leas a Lao-Tse. Hazlo si quieres y verás que también se puede escribir sobre lo que no se sabe. Subir, aunque sea por una sola vez, al Monte Carmelo: Para venir a lo que no sabes, has de venir por donde no sabes… En esta desnudez halla el espíritu descanso, porque no comunicando nada, nada le fatiga hacia arriba, y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad. ¿Ves de dónde bebieron, de verdad, Eliot o Chillida? Te acuerdas de las sonoras preguntas que el escultor vasco dirigió a los académicos de Madrid (aún estoy viendo su cara de acojono): ¿No será el arte consecuencia de una necesidad, hermosa y difícil, que nos conduce a tratar de hacer lo que no sabemos hacer? ¿No será esta necesidad prueba de que el hombre no se considera terminado?¿No será el paso decisivo para un artista el estar con frecuencia desorientado? Te acuerdas de María Zambrano, cuando escribió estos versos en prosa, que suscribo: El logos,– palabra y razón– se escinde por la poesía, que es palabra, sí, pero irracional. Es, en realidad, la palabra puesta al servicio de la embriaguez. Embriaguez y canto; canto, panida, pánico, melancolía inmensa de vivir, de desgranar los instantes, uno a uno, para que pasen sin remedio. Y la muerte. La poesía no acepta la razón para morir; la razón como aquello que vence a la muerte. Para la poesía, a la muerte nada la vence, si no es momentáneamente, el amor. Sólo el amor. Pero el amor desesperado, el amor que va irremisiblemente también, hacia la muerte.
An empty spirit/in vacant space, el verso de Stevens que tanto maravillaba a Ràfols-Casamada: eso quería ser yo, tan sólo eso. Y no lo consigo, no lo consigo…
Bonita entrada navideña, ya que para mí, la navidad es un aislamiento, una memoria de la dureza, una introspección como la de los árboles desnudos, que crecen interiormente, invisiblemente. Yo he vivido ese círculo como bloqueo y lo estuve bordeando y bordeando (con el blog, las conferencias, las batallas arbóreas, la guerra esteuropea) sin darme cuenta, acercándome a ese centro sin acabar nunca de llenarlo, pero abordándolo también (sin excelencia!, pero pobre de mí, hormiga de nuevo, no entiendo apenas cuando leo: "El que sabe no habla,/ el que habla no sabe./ obstruye sus orificios,/cierra sus puertas/ mella lo agudo/ deslía lo enredado/ templa lo luminoso/ se confunde con el polvo:/ es lo que se dice oscura indistinción,/ Por eso, / no le atañe el allegamiento,/ni le atañe el distanciamiento/ no le atañe el beneficio/ ni le atañe el prejuicio/ no le atañe el honor/ ni le atañe la vileza;/ por eso es lo que más se honra bajo el cielo."
Y sin embargo (sarinagara) sigo leyéndolo, día tras día, sintiendo lo lejos que estoy del curso…
ya lo creo que lo has abordado, con verdadera intensidad y acierto
sin llenarlo, claro, porque no es posible
Siempre queda ese vacío vertiginoso ahí… Gracias por tus palabras. Hasta aquí hace frío!
Laca (perdona que barra para casa 😉 distinguía entre revolución y subversión. Para él la revolución era una girar en redondo, ese círculo al que tú también te refieres. Y el revolucionario además siempre buscaba un amo. La escritura, la construcción subjetiva es lo único que permite no girar en círculo y sostenerse, avanzar en el vacío
sí, y pienso que, al menos en occidente, esa tradición viene directamente del mundo judaico: probablemente los salmos sea el primer libro en el que aparece claramente reflejada una subjetividad creativa
ah, se me olvidaba, pero una cosa que me preocupa mucho es que también la escritura se presta, estructuralmente, a revelarse como una actividad de carácter circular y sustitutoria (de la vida, claro)
es la espiral del laberinto de la que intento hablar, supongo que sin ningún éxito, en el libro de Kafka y también en mi trilogía sobre el matrimonio