Notas para un diario 119

No sé si he hablado aquí suficientemente de lo hospitalaria que puede ser, en la vida de una persona, la presencia de una luz, cuando luce detrás de una puerta abierta. La luz puede llegar a ser necesaria e imprescindible. Todos los niños del mundo se duermen más tranquilos si se les deja encendida una luz, por pequeña que sea o tamizada que esté. Cando maxino que es ida,/ no mesmo sol te me amostras,/ i eres a estrela que brila,/ i eres o vento que zoa./ Por cierto, ¿sabes gallego? Por si acaso te copio esas Follas novas de la inmortal Rosalía. La verdad es que (tranquila, no voy a hacer el chiste) no es fácil distinguir la luz de la sombra. Primero porque las cosas están constantemente moviéndose. Después porque, como dejó escrito Leonardo (Notas para el Tratado de la Pintura; qué gracia, otras notas para algo…), sombra y luz nacen de la luz, o sea que con la luz nació la sombra. Claro que una cosa es la sombra y otra la oscuridad y las tinieblas. No tienen demasiado que ver entre sí. Yo me he pasado algunos años de mi vida (los últimos) instalado en la sombra, y a punto de sucumbir a la tentación de la tiniebla. Y, creyendo que la sombra era la luz, casi me quedo ciego. Lo que pasa es que eso no lo sabes hasta mucho después. Personalmente parto de la premisa mayor de que en la vida hay muchas cosas que no se eligen (entre ellas algunas muy fundamentales) y de la menor de que hay que aceptarlas como vengan. En muy buena medida. Pero con frecuencia me he visto sorprendido, cuando he descubierto que algo que me había deslumbrado, y orientado durante un tiempo, no era más que una sombra. La sombra de un amor, de una llamada interior, de un anhelo profundo. Y, en cambio, aunque parezca increíble, cuando una luz de verdad nos espera, a veces no es nada fácil aceptarla o salirle al encuentro. Hay un pasaje del Testamento impresionante en el que se habla de esto mismo, aunque en otro plano. Supongo que no hace falta que te lo recuerde. Además, como no soy capaz de sacarte de tu duda, con aquel otro pasaje que te obsesiona (sí, el de la mirada y el deseo), sé que desconfías de mi condición de exégeta (cosa en la que desde luego aciertas). Bueno, pero por si acaso te lo voy a recordar. El texto más importante, a estos efectos, es una vez más el prólogo del Cuarto Testamento. Allí se dice del Bautista (la lámpara que arde y brilla, la luz de la que los hombres han querido gozar un instante, Jn. 5, 35-36), que “no era la luz, sino un enviado para dar testimonio de la luz”, o sea que era más bien una sombra; por eso la única luz era la del Verbo, del que se dice literalmente algo emocionante y terrible a la vez: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y esta luz resplandece en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la han recibido/no la han extinguido” (Jn 1, 4 y 5). Menuda diferencia en las dos traducciones. Esa será por tanto su peculiaridad, la de iluminar a los seres racionales (por eso hay tantos milagros asociados con la recuperación de la vista de los ciegos). La sabiduría de Dios, unida íntimamente a la vida. Lo habían dicho ya Isaías y otros profetas, cuando por ejemplo llama al Siervo “luz de las naciones” (42,6 y 49,6). O lo que algunos llaman los salmos solares, por ejemplo el 19 ó el 104 (Tú te recubres de la luz como de un vestido, reza el bellísimo y dantesco versículo segundo). Pero no sigo por aquí que veo que empiezas a bostezar, y no me extraña. Luz inaccesible, le dice Pablo a Tito; luz admirable, dice en cambio el primer Papa. Y el discípulo amado, el teólogo, identifica luz y amor, comunión, ágape (1 Jn, 5 y ss; 2, 8-11). A mí me interesa mucho la asociación luz/vida. Viene de las primerísimas palabras del Génesis, de la creación de la luz (el espíritu que flotaba sobre las aguas y entre las tinieblas de la nada creó la luz concibiéndola íntimamente, y después nombrándola, fiat lux, para que existiera y marcara el orden de los días y las noches). La realidad es la luz, sobrepuesta a la oscuridad, a la nada previas. Esa oscuridad primordial no tiene nada que ver, por tanto, con la sombra de la luz. Se opone a la sombra tanto como a la luz. La oscuridad, y la nada, no forman parte de lo propiamente creado, son precisamente su ausencia. La luz puede iluminar, o sea dar (luz) porque es. Y junto a la luz misma, también da sombra. Esto es un requiebro metafísico que se desprende tanto del protoevangelio como del famoso prólogo joánico, que por lo demás están conectados y cosidos por dentro. La luz es la vida, en tanto que es algo y, alguien que nos la da, sea de forma absoluta o relativa, cuando nos acompaña al paso de los días, se convierte para nosotros en la mejor parte de nuestra vida. Decirle a alguien que es nuestra vida, y decirle que para nosotros es una luz, viene a ser lo mismo. Luz de nuestra vida. Quevedo, ¡qué poeta! (recuerdo, como si la hubiese pronunciado ayer, la última conferencia de Octavio Paz en la Nacional, dedicada a Don Francisco, antes de que al autor del libro sobre las trampas de la fe se le quemara la biblioteca en su casa de México, y como manifestó que Quevedo era el mejor poeta castellano de todos los tiempos), escribió un poema sobre la luz y la vida con el que me gustaría despedirme de ti esta noche: ¿Agradeces curioso/el saber cuánto vives/ y la luz y las horas que recibes?/ Empero si olvidares, estudioso,/con pensamiento ocioso,/el saber cuánto mueres,/ingrato a tu vivir y a tu morir eres:/pues tu vida, si atiendes su doctrina,/camina al paso que su luz camina. Se refiere a la luz de la verdad. La verdad del amor y de la vida. Menudo rodeo he dado para decirte, con Quevedo, que mi vida camina al paso de tu luz. A lo mejor mañana te largo otro rollo, veremos si me lo permite el corto viaje a la frontera de Francia, antes en todo caso de que vuelvas a clavarme esos ojos color miel como espadas (espadas como ojos; tus labios no pienso, por prudencia, ni siquiera mentarlos): por ejemplo, podríamos hablar de la asociación, omnipresente en mi universo simbólico, que es judío y griego al tiempo, troyano como tú, entre la luz y el fuego. Ya me dirás si te interesa porque si no, la verdad es que escribir por escribir es una solemne tontería.

6 Comments Notas para un diario 119

  1. zbelnu 06/07/2009 at 07:58

    Y Valery Larbaud, en ese librito delicioso del que te hablé, se pregunta, enfermo y observando la vida de otros, si no resultará que en la vida, como en los toros (y que me perdonen por la metáfora), es mejor la zona de sombra… Bonito post

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  2. paisajescritos 06/07/2009 at 11:15

    Me has hecho pensar en ese conocimiento imperfecto que sólo llega por la vía de las sombras, por lo tanto incompleto (el mito de la caverna). Me sucede que tus "notas para" me resultan lo más atractivo, impactante y personal (esta palabra acerca de tu diario es tuya) del blog, y por lo tanto, a las que más me cuesta acercarme desde un comentario (acéptame la disculpa), posiblemente las que por otro lado más me hagan pensar. En Quevedo, pues va a ser verdad que encontremos el mejor poeta español, y desde el orgullo de sus cientos de años, el más moderno, o vigente, o inmortal.

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  3. delarica@unav.es 06/07/2009 at 12:17

    Isabel, intentaré contestarte a eso esta tarde, largo y tendido

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  4. delarica@unav.es 06/07/2009 at 12:21

    Magdalena, te entiendo perfectamente. Me alegro de que digas eso, esa reacción de no poder decir gran cosa. Como cuando vemos algo que sencillamente es de una determinada manera y no nos parece bien añadir nada más. Aquello de dejar que la rosa sea la rosa. Si es eso, diría mucho a favor de las notas. Procuro mostrarme como soy, más o menos. Y eso que dices me parece que implica aceptación y falta de juicio, dos condiciones necesarias para la empatía.

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  5. zbelnu 09/07/2009 at 07:09

    No llegó mi anterior comentario?

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  6. delarica@unav.es 09/07/2009 at 08:18

    A cuál te refieres? Los he publicado todos

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