Notas para un diario 115

A pocas horas de salir volando hacia París, donde me esperan, por ese orden, varios amigos, dos o tres librerías (entre ellas L´Écume des pages, en la foto), y mi plato favorito, la Boeuf Bourguignonne de un pequeño bistrôt del Marais, además de la installation en la Academia de mi amigo Jean Clair (confieso que estoy ansioso por asistir a la ceremonia, quién me ha visto y quien me ve, yo que cuando atisbo más de dos o tres congregados, sea en el nombre de quien sea, salgo huyendo para el lado contrario), leo (me hacía mucha falta) los fragmentos de Faustina Kowaslka, a mi modo de ver la escritora mística más importante de la primera mitad del siglo XX, y encuentro palabras, premoniciones, profecías de las que se cumplen cada día en cualquier lugar del mundo: En el momento actual mi vida pasa en un silencioso conocimiento (de la presencia) de Dios… El silencio es un lenguaje tan poderoso que alcanza el trono de Dios. El silencio es su lenguaje, aunque misterioso, pero poderoso y vivo… Oh Jesús, me das a conocer y entender en qué consiste la grandeza del alma: no en grandes acciones, sino en un gran amor… Necesitaba, especialmente estos días atrás, volver a los fundamentos de la cosa y he recurrido con gran provecho a esta mujer llena de misericordia y comprensión. También he leído al maestro Steiner, que nunca deja de sorprenderme, en concreto su libro, ¡por fin ha salido!, con los artículos publicados a lo largo de tres décadas en The New Yorker.

Se trata de una selección mínina (los editores, siguiendo la edición americana, han tenido el acierto de ofrecer al final la lista completa de los artículos). Como todos lo de Steiner (de quien llama la atención precisamente la extensión y la calidad homogénea de cuanto ha escrito), para el que lo sepa leer, es un libro prodigioso. Se aprende más leyendo las reseñas largas de Steiner que leyendo varios de los libros reseñados. Nadie tiene la finura, la pasión, la clarividencia de Steiner, ese gran maître à lire, que convierte en letras de oro todo lo que toca. A veces destroza un libro, pero con una inteligencia tan fenomenal que se sigue aprendiendo muchísimo al leer las razones de su crítica. Me ha impresionado especialmente el artículo que le dedica a Guy Davenport. En él cita una de las cincuenta vistas de su libro Fifty -seven views of Fujiyama que, en cuanto lo leí, pensé que sería un texto muy adecuado para el comentario de textos del examen final de mi asignatura. La prueba de que la lectura de los clásicos griegos y romanos, que hemos hecho a lo largo del curso, ha servido para algo sólo puede ser el que nos permita comprender mejor la literatura de nuestro momento histórico. Si no sirve para entender mejor el presente, la cultura no sirve para nada. El texto es el siguiente: Todo aquello otra vez, dijo. Estoy deseando ver todo aquello otra vez, los Pirineos, Pau, las carreteras. Oh, Dios mío. Oler el café francés otra vez, todo mezclado con el olor a tierra, el brandy, el heno. Algo habrá cambiado, no todo. El campesino francés permanece siempre. Le pregunté si realmente tenía alguna oportunidad, alguna probabilidad de ir. Su sonrisa era de resignada ironía. ¿Quién sabe, dijo, que san Antonio no tomó el tranvía a Alejandría? No ha habido un padre del desierto durante siglos y siglos, y hay una considerable confusión en cuanto a las reglas de juego. Señaló un campo a nuestra izquierda, al otro lado del bosque de robles blancos y liquidámbar por el que paseábamos, un campo de rastrojo trigo. Allí fue donde le pedí a Joan Baez que se quitara los zapatos y las medias para volver a ver unos piés de mujer. Estaba extremadamente encantadora ante el trigo primaveral. De vuelta en la ermita, comimos queso de cabra y guisantes salteados y bebimos whisky en vasos para jalea. En la mesa de él había cartas de Nicanor Parra y de Marguerite Yourcenar. Levantó la botella de whisky y la sostuvo ante la luz fría y radiante de Kentucky, que entraba a raudales por la ventana. Y después salió al excusado, cuya puerta golpeó con su bote de clavos para ahuyentar a la culebra negra que solía estar dentro. “¡Fuera! ¡Fuera! ¡Vieja hija de perra! Ya volverás luego”. La verdad es que los alumnos no han puesto demasiada buena cara cuando lo han visto, pero yo sé que lo harán muy bien. Estoy seguro. Bueno, pues eso, que hasta el viernes no habrá más entradas en este blog.

6 Comments Notas para un diario 115

  1. AnaCó 16/06/2009 at 11:34

    No me extraña que no puesieran buena cara, me lo llegas a poner a mí y el suspenso es seguro, seguro.
    Pero no nos dejes con la intriga…¿cuál sería tu comentario al texto?

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  2. delarica@unav.es 16/06/2009 at 15:25

    A mí tampoco me ha extrañado, la verdad. Me comprometo a hacerlo aquí mismo, en cuanto pueda.

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  3. zbelnu 16/06/2009 at 17:07

    Qué envidia de viaje y de texto para clase…

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  4. delarica@unav.es 16/06/2009 at 18:13

    A que sí? A mi me han dado envidia los alumnos, me hubiera sentado con ellos a escribir algo, pero no he podido. No te pierdas el texto de Steiner sobre Davenport; a mí me ha abierto algunas puertas.

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  5. Eterna 16/06/2009 at 19:24

    Jajaja, bendita la entrada y Guy Davenport.

    La verdad es que era un texto difícil, sí. Pero nunca me hubiera levantado y abandonado el aula sin intentarlo. Realmente tengo ganas de saber.

    En París está también una de mis librerías favoritas, Shakespeare and co., podría pasarme horas allí. Qué ganas de volver a París.

    Bon voyage.

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  6. gonzaloarana_1 16/06/2009 at 20:13

    Aprecio cierta influencia de Bob Dylan en este texto… ¿me equivoco?

    Por cierto, fantástico el texto para un examen final, aunque creo que tendrás que corregir con cierta benevolencia. 😀
    Un saludo

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