No me gusta el título, qué le vamos a hacer. ¿Babelia? No, Babelia es un título muy acertado. Desconozco a quién se le ocurrió (¿lo han contado en el reciente aniversario de los 1000 y un números de la revista? ¿no habría que haber comenzado por eso?). Acertado porque apunta a una gran verdad: sólo nos entendemos a través de malosentendidos. Así suele ocurrir con las personas. No me gusta el título del libro de Paul Preston sobre la guerra (in)civil: El Holocausto español. Encima con h mayúscula. Tampoco me gusta la reseña de Ángel Viñas (qué manía la de aprovechar el texto de otro sólo para reafirmar las posiciones propias). No me gusta por las connotaciones religiosas que tiene la palabra holocausto (y que la inválida por cierto para hablar de la Shoah; y lo digo yo que acepté poner ese vocablo en el título de un libro mío…). Un holocausto, además de una gran matanza, es un sacrificio, “un acto de abnegación total que se lleva a cabo por amor”. Supongo que no hay que añadir más explicaciones. Otra cosa es el contenido del libro. Yo no me lo voy a perder. Es mi obligación, escribiendo sobre la guerra del 36 (impresiona, en la instantánea de Centelles, ver los cadáveres de personas y animales desparramados por la Plaza de Cataluña al comienzo de la contienda; me gustaría que ese life time work me ayudase a conocer justamente lo que esa foto no muestra). Me ha hecho gracia que Philip Roth diga precisamente en la entrevista que concede a Babelia que 65 años es el margen para hablar de cualquier asunto. Una generación y media. Ha ocurrido así a veces, por ejemplo con los escritos evangélicos (o con la emigración de judíos centroeuropeos hacia el oeste a comienzos del novecientos). Otras veces la cosa ha tardado mucho más. La Ilíada sin ir más atrás se escribió medio milenio más tarde que la guerra de Troya. Y con qué precisión en las imágenes: parece, cuando se lee, que la cosa está ocurriendo casi simultáneamente a la escritura. No se debe generalizar en asuntos literarios. Hay que ser cauto. Aunque a veces ayuda un poco a aclararse. Como cuando dice Piglia (alguien que sí ha encontrado el tono para escribir de lo íntimo y autobiográfico) que “los nombres (se refiere a los títulos de las pinturas) mejoran a medida que los cuadros dejan de ser figurativos”. Es curioso. La abstracción es una vía por la que la pintura vuelve a su origen en el dibujo, en el trazo, en el signo caligráfico.