En una entrada reciente, de este blog, elogiaba la figura literaria de Mario Vargas Llosa, pero decía que había dejado de leerle, que a partir de un momento dado sus temas no me interesaban, que sus demonios (ya) no eran los míos. Un buen amigo, novelista y peruano, me leyó y le faltó tiempo para mandarme una breve misiva: “Eso lo dices porque no has leído Las travesuras de la niña mala”. El breve mensaje lo recibí estando en el aeropuerto, camino de Niza. Me dirigí al puesto de periódicos de la T4 madrileña sin muchas esperanzas de encontrarlo, pero, entre una inmensa pila con el último libro del flamantepremionobel, como escondido, quizás aguardándome, había un viejo ejemplar de la novela que me habían recomendando. La compré y me dispuse a leerla de inmediato. La acción comienza en el barrio limeño de Miraflores y se va adentrando poco a poco en varias de ciudades tan bien conocidas por mí como Madrid, Londres, París, sobre todo París, y también Tokio. Vargas Llosa reconstruye con mano maestra esos paisajes urbanos por los que he paseado y ensoñado mil veces. El argumento no es otro que el de un personaje que nos cuenta sus desventuras amorosas con una mujer a la que ama locamenente y que no sólo no le corresponde (más que nada porque es incapaz de amar) sino que lo va utilizando de todos los modos posibles. Es una novela erótica, no más que puedan serlo las mejores de Philip Roth, a quien por momentos me lo recuerda. Debo señalar que no he terminado de leerla. Es larga (más de 400 páginas). No ha cambiado mi opinión sobre algunas limitaciones de Vargas Llosa como narrador: en particular, pienso que no es capaz de introducirse en la intimidad de los personajes. Eso tiene algo de estrategia (es clásica ya su reivindicación de la “superficialidad” de Tolstói frente a la “profundidad” de Dostoievski: el verdadero arte, como ocurre de facto en la pintura, tiene que ver más con las superficies que con los hondones), pero a mí juicio revela un cierto rechazo a ir más allá en un territorio humano que todos los grandes han recorrido de una forma o de otra buscando un logos, un mito, un porqué. No obstante, la lectura me ha resultado gratificante. Yo no podía dejar de pensar, al avanzar por sus páginas y capítulos, en el Conde de Sade, y en los infortunios de la virtud. Justamente eso es lo que le ocurre al protagonista, que por ser bueno y amante no recibe, en su cuerpo y en su alma, más que flechazos envenenados. Al contrario que la protagonista femenina, la niña mala, la devoradora de hombres, una persona enferma pero que sale con bien de todos sus desmanes. Creo que tiene bastante de Justine, la protagonista. Quiero ver como acaba, quiero ver adonde se dirige el narrador. No puedo creer que se quede, sin más, en la reiteración (viejo vicio sadiano) que despliega un capítulo tras otro: distintos escenarios y subtramas, variadas modulaciones de unas actitudes idénticas: la chica engaña a todos, seduce a un enamorado que asiente y consiente, el deseo se impone sobre todo lo demás, hasta que el mal se revela crudamente, el espejismo del amor se esfuma ajeno al dolor que causa y, cosa curiosa, que habría que estudiar, los amigos, los verdaderos amigos, siempre mueren.
He aprendido mucho con este comentario 😀
cómo me alegro, Iciar
Ralph, de ''Retrato de una dama''también muere, entre muchos.Habría que estudiar este tema, sí.
anímate!
¿Lo has terminado?
A mi me pareció espantoso..hubiera asesinado a la protagonista muy lentamente…Odio a las tias misteriosas.
todavía no, he estado con otras lecturas de personajes entrañables, de esos que te encantan a ti
jajajaja…"personajes entrañables de esos que te gustan a ti"…estupendo.
Si lo terminas a tiempo..ya hablaremos de eso también.