“Cuando llegamos a la Ciudad Universitaria, conseguimos entrar en el edificio de Filosofía. Construimos barricadas con volúmenes de metafísica hindú y filosofía alemana de principios del siglo XIX; eran “totalmente a prueba de balas”… Exploramos la biblioteca; en la gran sala de lectura, armas anti-tanque descansaban sobre las mesas; los libros valiosos y los manuscritos habían sido llevados fuera pero había muchos otros libros llenos de interés para nosotros; descubrimos una colección de clásicos Everyman y los llevamos a nuestra habitación. Una fría mañana encontré en un estante Los poetas de los lagos de Thomas Quincey, me envolví en una alfombra y pasé todo el día leyendo, con voracidad, sobre Wordsworth y Coleridge, en otro lugar, en otro tiempo; en dos ocasiones nos bombardearon desde el edificio de enfrente y tenía que dejar el libro para disparar contra los falangistas que saltaban como conejos cada vez que estallaban los obuses. Leí toda la tarde y había llegado al último capítulo de Los poetas de los lagos cuando estalló un obús en la biblioteca, llenándola de humo y polvo… las figuras se movían confusamente y la cabeza de John (Cornford) estaba sangrando …”
John Sommerfield, Volunteer in Spain, 1939.
“Habíamos descubierto la biblioteca intacta en el sotano y subimos las escaleras, casi tambaleándonos, con los brazos llenos del Everyman Library… John había abierto al azar The Cloister and the Hearth y, después de media hora en silencio, me miró diciendo que Charles Reade era un buen historiador. Mi réplica nunca llegó a salir de mis labios. Hubo un gran estruendo que pareció que me iba a arrancar la cabeza y fui arrojado al suelo. Cuando conseguí mirar a mi alrededor, la sala estaba llena de un humo sucio y negro y John estaba tumbado junto a mi, con la cara ensangrentada…”
“Las barricadas estaban hechas con libros de la biblioteca; cogimos los más grandes y voluminosos que pudimos encontrar; entre ellos, recuerdo que había una enciclopedia de religión y mitología hindú. Más tarde descubrimos, después de escuchar los impactos de las balas en los libros, que el grado de penetración de las balas llegaba aproximadamente hasta la página 350; desde entonces me incliné a creer, como nunca lo había hecho antes, aquellas historias de soldados cuyas vidas habían sido salvadas por un Biblia que llevaban en el bolsillo de su chaqueta”
Bernard Knox, Memorias.