Antes de hablar de Michelstaedter, que son palabras mayores, debo constatar que, de la manera más casual e inesperada posible, me encontré ayer con un párrafo de Vila-Matas (Dietario voluble, Anagrama, 2008) que no puedo dejar de transcribiros. Es un texto de diciembre de 2005, anterior por tanto a los acontecimientos del mes de mayo de 2006, en el que el escritor se vio aquejado de una grave dolencia que le llevó a permanecer internado en un hospital. Un mes más tarde, superada la crisis, escribe: “He cambiado de vida. Tal vez obligado por las circunstancias, pero el hecho es que he cambiado de vida”. Carezco de información más precisa, pero lo que si sé es que, como he señalado, seis meses antes del colapso, escribió lo siguiente:
Cuando veía a Marcel Duchamp jugando al ajederez en el Café Melitón de Cadaqués, no sabía que aquel hombre se había retirado de la pintura y había convertido su vida en una obra de arte. Yo entonces tenía diecisiete años y sólo veía a un francés que jugaba todos los días al ajedrez. Fue unos años después cuando me enteré de que había estado viendo a un hombre sabiamente liberado de todas las ataduras estúpidas del arte. No niego que hace tiempo que me tienta la idea de situarme en la estela duchampiana, pero creo que, de dar ese paso, necesitaría un escritor que fuera testigo de todo, que me siguiera y lo narrara, es decir, tendría que contratar a un escritor que contara cómo abandoné la escritura, cómo me dediqué a convertir mi vida en una obra de arte, cómo dejé de escribir y no lo pasé nada mal. Dos posibilidades ante esto: 1) pongo un anuncio y busco a un escritor que esté dispuesto a contar lo que hice después de haber abandonado la escritura, 2) lo escribo yo mismo: me invento a un escritor contratado que sigue mis pasos después del abandono y escribe por mi un dietario, donde piadosamente simula que no he dejado la escritura.
Imposible abordar ahora todo lo que este párrafo me sugiere. Vayamos paso a paso.