En un poema en prosa de la escritora norteamericana de origen noruego Siri Hustvdet, una voz evoca la escena entrañable de alguien que lee para un niño a la hora de acostarse:
«En el cuento la princesa llora sobre el cuerpo del príncipe ciego. Caen dos lágrimas dentro de sus ojos y él puede ver. Las lágrimas. Cuéntalo otra vez. El pelo que cae de la torre. Dejo descansar el libro sobre tu pecho, en la cama. Siempre te leeré. Te lo prometo. Te leeré cuentos a medida que pasen los años».
El poema continúa rememorando algunos de los pasajes leídos. Se mencionan unos cisnes y un personaje malvado y se cuenta –la voz de quien lee y la de quien escuchaba se entrecruzan en el texto– que a lo largo de los días de la vida esas imágenes le saltan todavía a la mente y que otras muchas veces se le olvidan hasta el punto de que se sorprende, como ya lo hiciera Agustín de Hipona, de recordar que se olvida.
El poema finaliza, ¿cómo no?, evocando a los muertos.
«Los entierros son casi siempre afuera, ponen a los muertos lejos de nosotros, fuera de la casa. En el vacío, en el día vacío, hay cosas que se van y que vuelven sólo cuando podemos soportar el recuerdo. La cruz del santuario está vacía sobre el mantel violeta de la Cuaresma, la historia después de la muerte, después de morir, los que se mueren y los muertos, muertos, muertos».
Para darse cuenta de las riquezas que encierra el poema -todo un mundo en un puñado de líneas– no queda más remedio que prestarle atención. El dos es el número mágico al comienzo: hay un príncipe ciego (como Homero) y una princesa, dos lágrimas que caen sobre sendos ojos, dos lágrimas que se mencionan dos veces, un lector y un oyente, y la promesa repetida a un niño –te leeré siempre, te leeré cuentos–.
A la vez una tendencia física descendente estructura el poema: se repite que las lágrimas caen sobre el cuerpo del príncipe como caen el pelo desde la torre y un libro que se deja caer, a través de una metonimia sutil (descansa el libro y descansa el lector), sobre el pecho infantil. Con tanta caída y la horizontalidad del cuerpo del niño recostado no era difícil vislumbrar el guiño –asoma el tópico del nacimiento para la muerte– a los muertos que el final del poema subraya, ahora no dos sino tres y más veces, haciéndolos presentes e iluminadores del mundo de los vivos (apartados en el cementerio sí, pero cerca física y mentalmente).
Las historias que se leen y se escuchan en el lecho, antes del sueño, ¿conjurarán nuestros miedos al vacío de la vida? ¿Se preservarán los recuerdo ante la huida del tiempo y la disolución en la muerte? ¿Qué papel juegan los muertos en la vida de quienes un día moriremos?