Tengo una casa muy bonita. Pero me ha torturado, desde que llegué a vivir aquí, uno de sus dos patios interiores. Al verlo, me trasladaba a la Inglaterra de Dickens o al Petersburgo de Raskolnikov. He cubierto de cortinas todas las ventanas que dan a ese espacio ennegrecido. He procurado vivir de espaldas a él, aceptando que no hay casa perfecta. Y, mira por dónde, hoy he visto posarse en ese agujero una golondrina de cabeza azul. ¿Hopper, Chardin? Me he afanado en embellecer cada rincón de la casa y la vida me ha mostrado una vez más que la belleza aparece inesperadamente en medio de la mugre y de la basura. Cada día aprendemos, de nuevo, alguno de los fundamentos de la vida de los incurables.
La has descubierto porque la belleza está en tí, Álvaro.
ojalá fuese cierto, querida Eleonora
El paisaje está en los ojos… Muchos besos, Al.
Acabo de descubrir (ah, gracias) aquel alhajito y no había empezado leer las líneas que siguen, irrumpió el Goldfinch (Chardonneret) de Karel Fabritius. ¿Todavía nos esperaría en el Mauritshuis? En ambos caso, surge y parece demorar. Un momento insólito capturado. A A. Fleicher, recuerdo, le preguntaron alguna vez, ¿por qué pero por qué? (à propos des serpillères qu’il photographiait, celles des caniveaux à Paris). Él vaciló un buen rato, luego: porque… porque… ah mais parce que c’est BEAU!
Claro, Fabritius. Casi una forma de déjà vu.