No se debería citar de memoria, y menos aún ofrecer datos o hablar de cosas que simplemente recordamos. ¿Y eso por qué? Pues porque inevitablemente nos equivocamos, introducimos más niebla y hacemos aún más densa la capa de confusión que nos cubre a todos (bueno, a casi todos). Releyendo a mi amigo Antonio, compruebo que toda la entrada anterior sobre Brodsky descansaba en el falso presupuesto de que la mujer de la foto (Maria Sozzani-Brodsky) se llamaba como la primera mujer del poeta. Falso: la primera, con la que tuvo un hijo al que se vio forzado a abandonar en 1972, cuando el niño sólo tenía cinco años, se llamaba Marianna, Marianna Basmanova, y era una actriz de teatro en Leningrado que se negó a acompañarle en aquel viaje de exilio “voluntario”. Mala suerte para todos. La situación, trágica por lo demás, me recuerda a la primera frase del cuento de una escritora a la que admiro: Tú te habrías reído, chico ruso, si hubieras visto el giro que tomaban las cosas cuando te fusite (Isabel Nuñez,“Tú te habrías reído“, en Crucigrama, 2006).
Antonio me manda muy amablemente, sin corregir ni una coma de mis imprecisiones (ya os había mencionado su categoría como persona), una foto de la que tantas veces hemos hablado los dos y que he puesto en la testa de esta entrada sin pies ni cabeza. Es Brodsky en Venecia, en pleno invierno. En realidad, creo que Brodsky, que vivió en Occidente de aquí para allá, eligió Venecia como sede pseudo-fija de su exilio. Lo creo por muchas y poderosas razones: la primera, última y fundamental, por el hecho de que eligió esa tierra lagunaria para ser enterrado, junto a tantos otros rusos que la habían elegido anteriormente (Stravinsky era el último de entre los más notables, pero ciertamente no el único). Venecia le recordaba a su ciudad natalis. En más de un sentido era la misma. El mismo mar, la misma piedra, la misma belleza arrebatadora en la que el ojo apenas puede descansar, la misma esencia fronteriza, oriental y occidental, occidental y oriental, en la que Brodsky vivió espiritualmente. A mí me encanta esa foto del rouge, con esa bufanda de colegial de Oxford, esa pinta de inglés y de ruso al mismo tiempo, esa cara de listo, de persona atenta a todo, pero en el fondo doliente. Me encanta la asociación del color Kodak con la ciudad en forma de pez: no ha habido un solo artista en este siglo, y mira que los ha habido buenos (Music, Congdon, Gaya, Barbarigo, la lista es interminable) que nos haya devuelto el color de Venecia como lo ha conseguido ese prodigio químico que era el kodakchrome. ¿Os acordáis del azul venecia de los ojos de la Hepburn en Summer Time de David Lean? Azul agua de la laguna en un día de sol-azul paraíso-azul lágrima de amor. Brodsky se pasa más de la mitad del tiempo, en Watermark, hablando de las lágrimas: yo creo que era por lo mucho que le dolía la separación, ese arte de la separación que aprendió en los versos de Mandelstam y cuyo precio es el don de lágrimas.
What am I doing with this post? What a mess it has become! Brosdky, who had a strict order of mind, would not have liked it, I am pretty sure of that.
En So forth (traducido aquí como Etcétera, pues no sé la verdad), su último libro de poemas, que está dedicado A mi mujer y a mi hija, o sea, a la hija de Maria Sozzani-Brodsky, compuesto con el trabajo de los últimos ocho años, y editado el mismo año de su muerte (el copyright del edición de la edición inglesa de Hamish Hamilton pertenece al Estate of Joseph Brodsky, que supongo que estará en manos de su última mujer y de su hija a las que se lo dedica; también supongo que algo habrá quedado si no para la madre sí para el niño de cinco años que se quedó sin padre en la San Petersburgo soviética), hay dos poemas dedicados a dos niños. El primero se llama Canción de cuna y es muy amargo. Comienza diciendo que “te di nacimiento en un desierto” y continúa con cosas como ésta: “Acostúmbrate al desierto/como al destino,/alimenta tu mirada con la ausencia/humana de la que está llena./Algunos tienen juguetes a montones,/envueltos o atados./Tú, mi niño, tienes que jugar/con toda la arena”. Hacia el final del libro hay otro poema, más sereno pero no menos triste, dedicado a su hija. Brodsky lo escribe cuando sabe que se muere inevitable y próximamente. Su corazón estaba lleno de lañas y no aguantaba mucho más. Se titula A mi hija, y el primer verso es dantesco: “Damé otra vida y cantaré/en Caffé Rafaella.” Le dice a su hija que espera que permanezca en Venecia, en ese café, en medio de ese símbolo por excelencia de civilización y de mezcolanza que es el café, rodeada de objetos bellos, de calma, de una paz generosa. Le dice algo muy bonito para que un padre se lo diga a su hija: que le gustaría observarle, “dentro de veinte años, en tu plena floración”. Rilke habría dicho que es un poema de las cosas (die Ding, das Zeug). Y en efecto lo es: “Que sepas que, en el fondo, estaré a tu lado. O mejor,/ que un objeto inanimado podría ser tu padre,/ sobre todo si los objetos tienen más edad que tú o son más/ grandes./Así que fíjate siempre en ellos, pues sin duda ellos te juzgarán”.
Ante todo, mil gracias por la cita!
Después, qué bonita foto tan melancólica-nostálgica. Ese libro de Brodsky sobre la belleza y Venecia es deslumbrante. Y eso me recuerda a que usted hablaba el otro día de las palabras gastadas, y justamente yo había escrito en un comentario de mi blog (respondiendo al “objeto a”) que había que pasarles el plumero a las palabras gastadas y usarlas sobriamente y así recuperarlas. Así que podemos decir belleza, claro que sí, si no, qué sería de nosotros y cómo si no escribir este post suyo, si la belleza flota en el aire de Watermark, porque Brodsky pasaba esos inviernos en Venecia cuando aún se podía estar allí (en invierno, creo recordar -y puedo equivocarme- que él huía en primavera y verano) sin la masa turística tan opresiva. Él supo rodearse de belleza y la mujer de la foto (de su otro post) así lo demuestra y por eso le encontramos, buscando la belleza y la verdad, como dijo alguien. Y yo estoy perdida, porque acabo citando de memoria tantas veces… por suerte, estamos a tiempo de corregir.
No sé si mi anterior comentario aparecerá o se lo habrá tragado el silicio. Ahora volvía sólo a comentar esos versos de Rilke: me habrían servido para responderle a G., cuando murió mi padre y él, que entonces tenía 10 años, me preguntó qué sería de él cuando yo me muriese. Y yo le dije que me llevaría consigo, como yo a mi padre y que si lo pensaba podría imaginar lo que yo podía decir.
así ha sido, hay una misteriosa interferencia interbloguera!
lo de las citas de memoria, naturalmente que era irónico: de hecho, voy a citarle de memoria al propio Brodsky, para desmentir en parte su condición de kalodulio que se le atribuye: en algún sitio, no recuerdo dónde dice que la belleza es siempre el subproducto de otra cosa, a menudo de la fealdad.
Le preguntaré a mi amigo porque recuerdo que cuando la leí me quedé muy pensativo
ya llevo tres cuentos (primero, último y segundo); me encanta su longitud de onda
en cuanto a lo que de G. me parece el mejor argumento, por no decir el único que nos queda: que ese tipo de cosas en realidad hay que pensarlas
me recuerda mucho a lo que decía Hopkins en sus cartas, hay un innermost, en el que esas cosas se aclaran.
Hopkins! No sé nada…
Ah, los lee rayuelianamente, no importa, pueden leerse como se quiera, es culpa mía por hablar del primero y el último…
La belleza un subproducto de otra cosa, sí, de la fealdad, quién sabe en qué pensaría. Pero yo he visto una cosa: siempre procuro mirar lo más bonito y no veo lo que lo rodea, y entonces hago la foto y descubro que ahí está lo feo… La belleza sería una búsqueda! También en La mort intime decía aquella psicoanalista que trabajaba con enfermos terminales que ella siempre miraba lo más bonito que tuvieran aquellos seres ya desahuciados y a veces muy deteriorados, los ojos, el pelo, lo que fuese, para poderles mirar sin estremecerse. Yo pensé que a mí no me costaría, sería mi puro reflejo hacerlo así… Lo malo son estas cámaras digitales, la fealdad siempre asoma…