Retrato de un joven, Andrea della Robbia, c. 1465, Bode Museum, Berlín |
La cultura de Atenas atrajo no sólo a los grandes filósofos, que rivalizaban desinteresadamente por acercarse a la verdad, sino que dio lugar también a que en torno a ellos apareciesen numerosos divulgadores y gentes de ingenio (witt en inglés), a los que se llamó sofistas. Si en un principio fueron acogidos con entusiasmo, el hecho de que abriesen escuelas para enseñar a discutir y razonar y de que cobrasen estipendio por ello, de que llevasen a una extremada sutileza el arte de discurrir (dando a la vez razonamientos en pro y en contra de una idea, jugando con la verdad y la moral), de que ofreciesen una apariencia de saber, más que una auténtica sabiduría, hizo que muy pronto se les considerase como pertubadores charlatanes, que trataban de cuestiones para las que no tenían la preparación (ni técnica ni moral) necesaria. Sócrates, Platón, Aristóteles y Aristófanes en el teatro, les atacaron rudamente…
Este planteamiento en parte es correcto pero de nuevo debe matizarse en varios sentidos: en primer lugar hay que afirmar que la aportación sofística no fue sólo negativa: también lograron generalizar las cuestiones filosóficas a un círculo más amplio de personas, y que su método contribuyó en no poca medida al desarrollo de la dialéctica y la lógica, de la oratoria, la retórica y la polémica; segundo, yendo más al fondo, los sofistas plantearon la posibilidad de que la filosofía no fuera necesariamente el ámbito en el que descubrir la verdad, sino un espacio en el que limitarse a reconocer precisamente que la razón humana no es criterio de verdad; tercero, los sofistas pusieron al hombre real (y no a un ideal de hombre) en el centro del debate filosófico (La máxima de Protagoras de Adbera según la cual ‘el hombre es la media de de todas las cosas’ es el eje sobre el que discurre toda la sofística); cuarto, al tratarse del hombre real, incoproraron al razonamiento de manera explícita el hecho de que el que piensa tiene, además de ideas, intereses políticos, económicos, personales a los que se debe y de los que no puede desprenderse del todo cuando razona (al cobrar dinero los sosfistas profesionalizaron la filosofía, algo que ninguno de sus denostardores rechazaría hoy día); en suma, de un modo paradójico, la sofística nos alerta contra el hecho de que todos, y a veces más quienes más lo niegan, llevamos dentro a un sofista más o menos bienintecionado…
Contra los sofistas reaccionó Sócrates (470-399), pensador que nació, vivió y murió en la ciudad de Atenas. En distintas ocasiones sirvió a su patria con las armas, por ejemplo, en la batalla de Delión, en la que puso a salvó a Jenofonte, que cayó herido. En su ancianidad, por injustas delaciones que le acusaban de impío y corruptor de la juventud, fue condenado a darse muerta de propia mano tomando la cicuta. Sócrates, después de estudiar con Aequelaos y de conocer las artes liberales, comenzó a practicar la filosofía de un modo popular, dejando de lado las abstrusas especulaciones y las arbitrarias teorías de los sofistas, por lo que se dijo que había hecho bajar a la filosofía desde el cielo a la ciudad (una actitud en principio típica de los sofistas).Sócrates es uno de los grandes personajes de la historia de la humanidad. Como Jesucristo fue denostado hasta el punto de dársele muerte y como Él tampoco dejó obra escrita (ambos fueron ágrafos; tal vez nadie estaría en condiciones de soportar un mensaje escrito y directo de semejante densidad), por lo que tan sólo conocemos su doctrina indirectamente a través de las obras de sus discípulos, en el caso de Sócrates a través sobre todo de Platón que transcribe más o menos fielmente en sus Diálogos las ideas del maestro. Su influencia en el pensamiento universal es inconmensurable. Aristóteles (Metafísica, XIII, 4), le atribuye el mérito de dos cosas: la prueba por inducción y la determinación general de las ideas, por lo cual puede considerarse como el creador de un método científico en general…
A.R. Whitehead llegó a afirmar con razón que ‘la tradición filosófica europea consiste en una serie de notas a pie de página a Platón’. En los escritos platónicos se percibe la influencia de las teorías de Sócrates, pero Platón las coordina y amplifica con una aportación propia y genial, logrando así una síntesis personalísima, de expresión impecable, de maravillosa poesía, que le convierten no sólo en uno de los más grandes pensadores universales, sino también en uno de los más perfectos estilistas griegos. El diálogo platónico, al menos los llamados socráticos (o sea aquellos de la juventud y la madurez de Platón en los que el personaje central es Sócrates) es un género en sí mismo, un género fronterizo entre la filosofía, la teología, la mística y la poesía, algo único e irrepetible…
El sócrates platónico parte de forma estricta del principio de que no sabe nada (‘yo soy estéril en sabiduría’, afirma en Teetetos, 149-A). Se limita a observar y a analizar las teorías de los demás, a las que se acerca de manera franca y desprevenida. Desea conocerlo todo desde cerca. No se sitúa aparte ni se coloca por encima de nada ni de nadie. No se cree jamás en posesión de la verdad, parte del deseo del otro, del ansia de comprenderle. Sócrates carece de doctrina. En cada pesquisa filosófica parte de cero y llega, en un momento intermedio, a situarse en el orden del pensamiento general, del sentido común, de lo que otro cree; entonces es cuando él empieza propiamente a razonar, mostrándonos que la filosofía implica siempre superar el límite de lo dado, de aquellas cosas que sabemos sin haberlas sometido al examen continuo de nuestra inteligencia racional. Ese punto de partida en Sócrates se renueva de modo constante. No ofrece respuestas positivas (lo que para muchos es desesperante) sino nuevas preguntas que nos confirman que el peor de los males, filosóficamente hablando, no es otro que el de la instalación en la verdad. El diálogo socrático es por tanto dinámico y aún dramático (en él hay que hacer un trabajo interior que pone todo nuestro existir en juego), implica decisivamente al espectador al que le reclama la máxima apertura y el compromiso de no conformarse con una verdad a medias. El diálogo socrático pide la máxima salida de uno mismo hacia la verdad, pero al atisbarla le exige que no intente de ninguna forma apropiársela. En ese autodesprendimiento respecto de la verdad hay sin duda un elemento religioso, análogo al que predicó San Pablo al afirmar que no era necesario poseer la verdad sino ser poseídos por ella…
(Fragmentos provisionales del manual de historia de la literatura que estoy preparando)
Gracias, Álvaro, por tan linda dedicatoria que viniendo de ti significa mucho. En realidad, soy yo quien te agradece por este blog, siempre tan refrescante, tan vivo, tan estimulante. Aprendo mucho de tu vastísima cultura, y disfruto mucho más.
Estoy deseoso de leer tu manual, estos 'Fragmentos socráticos' están estupendos, vaya capacidad de síntesis la tuya.
Estoy totalmente de acuerdo contigo cuando distingues a Platón como uno de los "más perfectos estilistas griegos". Para mí Platón, más que un filósofo de nota, que lo es, es ante todo un escritor de primerísima línea, un gran esteta. Platón me ha regalado momentos sublimes de auténtico placer estético, es una maravilla. Con pocos escritores he logrado a alcanzar, tal vez, la intuición de la Belleza…
Un saludo entrañable, amigo.
Alexis
gracias a ti