Cala Sa Ona, Formentera, dos de la tarde en pleno mes de junio. Media docena de barcos disfrutamos de una tranquila tarde de domingo en un auténtico paraíso. En un velero se come, en otro se bebe, las tripulantas de un tercero toman el sol tal y como vinieron al mundo pero más creciditas. Nosotros nos disponemos a comer atún a la plancha. Corre el vino. De repente un barco con pabellón inglés, un viejo paquebote desocolorido comienza a garrear. Vemos desde la bañera de popa al marinero de un espléndido velero italiano llevarse las manos a la cabeza. El yate inglés enfila directamente hacia él. De repente llega un señor muy flaco en una zodiac y se sube al barco gritando que no es el propietario, que éste está en tierra, pero que intentará enmendar el fondeo torpe y descuidado del dueño. Al poco llega éste con claros síntomas de haber estado bebiendo desde el amanecer. Bajo, regordete, sonrosado como una gamba y con una barba hemingway bastante estilosa. No tiene menos de setenta años. Se sube, hace una comprobación somera mientras se tambalea en proa y se vuelve a tierra. Diez minutos más tarde le vemos aproximarse de nuevo en su pequeña zodiac con otros cinco pasajeros de su misma quinta. Ni el mismísimo piloto de los argonautas empuñaba el timón con la satisfacción que mostraba ese Nelson redivido. Creo que incluso se permitió hacer unas pocas eses en la aproximación al barco. Lo que es seguro es que a unos pocos metros de la escalera de popa por la que debían embarcar, uno de los flotadores del dingue, evidentemente sobrecargado, cede y dos señoras mayores y bien entradas en carnes se caen al agua. Todo son gritos y zozobras. Presa de un ataque de pánico, una de las naufragas lanza unos berridos salvajes mientras se agarra a un cabo clavándole todas y cada una de sus uñas. No saben nadar. Iban vestidas de inglesa en domingo y sus bolsos, los sombreros tocados con flores, además de los remos de la barca y otros tantos trastos se han caído con ellas al mar. El captain no hace más que chillarle para que se calle, aumentando el pánico de la pobre señora. Mientras, otro de los tripulantes se tira al agua, rodea la zodiac y la agarra por el culo evitando que se hunda. Gritos, sollozos, más gritos, para entonces todos los barcos de alrededor, que al principio nos habíamos pensado que era una escena cómica, nos damos cuenta de que las señoras están literalmente a punto de ahogarse. Y con ellas se va para el fondo el galán que ha estado dispuesto a jugarse la vida por ellas. Dos marineros de sendos barcos salen a escape hacia donde se masca la tragedia. Con horror nos damos cuenta de que el captain ni siquiera ha apagado el motor de la zodiac; en cualquier momento le tritura la pierna a cualquiera de las damas. Al poco de llegar los rescatadores, consiguen que el captain se serene, apague el motor y se deje arrastrar hacia su barco. Con gran tensión, por fin lo alcanzan y logran poco a poco ayudar a todos a subirse y ponerse a salvo. Los seis lloran desconsolados, conscientes de que podía haber ocurrido lo peor. El lobo marino está cada vez más rojo, seguramente de la vergüenza. La mujer que se ha dejado las uñas en el cabo sigue histérica. La abrazan, le quitan las ropas mojadas y las ponen a secar en un tenderete. Se suben a una especie de fly y sacan al tiro una botella de ginebra con la que brindan y brindan durante más de tres horas. Cuando nos fuimos nosotros se estaban de nuevo riendo a carcajadas.