Essays on reading Vila-Matas (part.II): Aire de Dylan (3)

Durante varias decenas de páginas, a partir de las primeras cien, Aire de Dylan se conforma aún más intensamente como una (novela de) búsqueda: la búsqueda de la autoría de una frase (“Cuando oscurece siempre necesitamos a alguien”). Por algún motivo parece esencial conocer quién la gestó, quien es el Autor, la identidad personal que la produjo. Como el alma en el canto espiritual sanjuanista pide a las criaturas que le den una razón personal para tanto orden y belleza, Vilnuis indaga por todas partes inquiriendo un nombre; la propia frase tiene otros ecos de Juan de la Cruz (“A la tarde os examinará el amor”). Parece ser que por fin encuentra en Hollywwod a su hombre, gracias a un guionista superviviente de la película en la que se pronunció la frase, es el Patriarca Harlem, el padre del último mohicano que quedaba y que como Dios en la creación del mundo pasaba por allí y dejó esa perla en passant. Como el fiat divino, la frase puede ser un signo de la realidad última que explica y da sentido a todo lo demás. De nuevo aparece en la obra la referencia al padre, y al hijo, y de nuevo a la sombra de una referencia clásica:  el libro del Eclesiastés en el que se encuentra la terrible sentencia inmovilista (Nihil novum sub sole) según la cual en la vida humana novedad es sinónimo de locura. Nada nuevo habrá nunca bajo el sol, todo está ya dicho y descubierto. ¿Pero, a ver, qué tendrá que ver una cosa con la otra? ¿Qué significan todas estas referencias inútiles? Vilnius se lamenta en un momento dado de los embates que su padre le envía de ultratumba, y que son la repetición eterna de lo que ya le transmitió en vida, con el fin de anularle como ser creativo y libre: “ya ves, deseabas ser auténtico para diferenciarte así de mí, deseabas librarte de mi sombra, pero ni siquiera ahora, exánime como estoy, voy a permitir que tengas un estilo único, un estilo propio y que encima disfrutes del estúpido orgullo de sentirte único, faltaría más” (132). El Eclesiastés es la primera (quizás también la más radical y perfecta) gran expresión del conflicto generacional que llega por ejemplo hasta la famosa canción de Cat Stevens (Father & Son) y sin ir más lejos también hasta este libro. Salomón en toda su sabiduría escribe un especie de desarrollo, más práctico que teórico, de lo que es el sentido de la vida. En suma, nada. Vanidad de vanidades, humo, mera ilusión. Al comentar Qohélet, Nietzsche dijo aquello de que la vida necesita no-verdades para poder ser vivible. ¿Irrealidades, mentiras, ficciones, arte? Todo eso sí. Salomón o quien fuera el predicador que escribió aquellos sombríos pensamientos no razonaba así, y dejó un versículo especialmente duro sobre el arte literario: “Guárdate hijo mío de añadir nada (al libro); componer muchos libros es un sinsentido sin fin y el demasiado estudio agota al hombre”. Toma. El drama desde entonces está servido. ¿Pero, definitivamente, tiene esto algo que ver con la obra Vila-Matas? No lo sé. Tiene que ver con la lectura que yo hago de ella. Pechmann, el último guionista, el hijo del Autor de la frase confiesa con expresión de Kafka que desde que tenía uso de razón había gastado sus fuerzas en la afirmación espiritual de su existencia. Y también me ha llamado la atención, a la altura de la página 150, el hecho de que el narrador primario (el que comienza yendo a San Gallen a hablar del fracaso y escucha fascinado a Vilnius) confiesa de algún modo que él, como el alma, es en cierto sentido todas las cosas y las situaciones del libro. No hace nada pero sin él nada tendría sentido. Ese narrador es indispensable. Una especie de detective metafísico.

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