“Y, aunque, una vez más, se le van complicando las cosas por momentos, cree saber que mientras todo siga dependiendo únicamente de él, mientras aún pueda controlar la acción y lograr que ésta sea pura y exclusivamente mental, podrá estar bien tranquilo” (pág. 163). Yo creo que ésta es la afirmación más importante del libro, su cifra: mientras todo siga siendo mental. En esa proposición se condensa el enorme movimiento interior que late en esta novela magistral. Las obras maestras suelen contener una cifra, que aparece o no explícitamente, pero que puede intuirse en relación a los gestos, con frecuencia accidentales, que tienen que ver con el tiempo o con los giros mentales que conforman la acción (cuanto mejor es una narración, la acción tiene más que ver menos con la peripecia y más con los estados interiores de los personajes: es decir con su libertad, con sus deseos, con sus renuncias o sacrificios). Proust, en su A la búsqueda, se condensa en el acto de acostarse (porque su límite espiritual es la muerte y la disolución en la nada); Kafka, por el contrario, es el escritor del despertar, el más diurno que quepa imaginar (todo el mundo sabe que no hay nada más tenebroso, metafísicamente hablando, que la luz del día), la pesadilla del soñar despierto, el mundo y la vida convertida en pesadilla, metonimia de la pesadilla eterna. El Quijote se condensa en el acto de salir de la hacienda manchega al camino de la vida, infestado de lecturas y de amor, a la incierta hora del alba. En Dublinesca, el movimiento del insomne lector es el de quedarse en la interioridad de su cuarto, ante la pantalla del ordenador, viviendo una vida en la que parece que no pase nada. A Riba le cuesta casi 200 páginas salir de las antesalas del viaje a Dublín, y cuando lo hace, la narración ha de cambiar forzosamente de registro. Esta es la novela de los prodromos de un viaje a Dublín. Ni más ni menos. Sus calles no son las de la ciudad del Liffey, ni sus bares, ni su luz, ni su lluvia. Son una sombra por adelantado, leída y desleída en las páginas de los libros amados y en la faz reconocida y reconocible de una Barcelona sumida en el desencanto. ¡Qué bello mundo propio, pero qué duro destino!
Y no quiero hoy escribir nada más, en serio. Sólo anoto un sucedido. Diciembre de 1997. Estaba yo en París, con Paula. Habíamos ido a ver la gran antológica de Hammershoi en el Museo d´Orsay, entonces recién rehabilitado por la Aulenti. Eran las seis de la tarde. Llovía intensamente durante nuestra visita. Los dos estábamos sin habla, ante los cuadros gris perla, vistos por vez primera. Salimos más muertos que vivos. Sin hablar. Cogidos de la mano, nos dirigimos hacia el Deux Magots. Tomaríamos allí una cena ligera. Al llegar a la famosa terraza acristalada, nos dieron la última mesa que quedaba libre. El camarero era especialmente simpático, eso lo recuerdo bien. En la mesa de al lado, la última antes de la pared del fondo, estaba sentada Fanny Ardant (en la foto). Llevaba su pelo negro suelto sobre una gabardina que todavía mantenía intactas las gotas recién caídas. Adoro a Paula, pero los ojos se me iban a la que, siempre, he considerado casi la mujer más guapa del mundo. Mi mujer, que sabía de ese amor platónico, no se molestó en absoluto, es más, me dijo: “anda, pídele un autógrafo”. Yo no había hecho eso nunca, y nunca más lo haré (no por nada sino porque me da una vergüenza espantosa), pero esa tarde me giré hacia la mujer de al lado y le dije que si, por favor, me daba un autógrafo. Me sonrío y, con el dedo, señaló al catálogo de la exposición Hammershoi. “Ahí, te lo escribiré ahí, en el catálogo de ese visionna-i-r-e (todavía recuerdo como separó sensualmente cada una de las vocales finales al pronunciar esa palabra), si no te importa, claro”. “En absoluto, dije, no se me ocurre un sitio más apropiado”. Me escribió una dedicatoria: Pour Álvaro, avec amitié. Fanny Ardant.
Tu mujer se llama Paula ? Como Paula de Parma.!!! Creo que los lectores de Vila-Matas tenemos una extraña simpatía por Paula de Parma sin conocerla, coincidí con ella en una presentación fiesta aperitivo que hizo Flavia Company en la librería Negra y Criminal,.
Te gusta más Fanny Ardant que Anouk Aimée ?
un saludo cibernético!
no me extraña esa simpatía