Essays on reading Vila-Matas (Dublinesca, 4)

No sólo por eso, no sólo, pero desde que he empezado a leer Dublinesca, no paro de tener en mente la frase de Santa Teresa que tanto dio que pensar a Raymond Carver: “Las palabras preparan las acciones, alistan el alma, la ordenan y la mueven hacia la ternura”. ¿Y qué tendrá eso que ver con el dichoso libro? “Verdaderamente, esta lectura se está convirtiendo, para ti, en una travesía del desierto. A quién se le ocurre mezclar churras con merinas… Ah, ahora caigo, alma de cántaro, mira que eres simple: es porque Carver y Riba tienen en común el ser ex-alcohólicos, y tú, naturalmente, te agarras a lo que sea con tal de confundirte y, lo que es mucho peor, aún, con tal de confundir a los demás, con tal de huir, con tal de no hablar de las cosas que importan. Con lo bien que ibas, con esas distinciones quirúrgicas entre lo nuevo y lo antiguo, lo valioso y lo profano, con lo bien que ibas cuando seguías los principios de alguien tan lúcido como Groys. Y vas y te metes en el charco de confundir la vida de unos (Carver) y el arte de otros (V-M). ¿No te das cuenta, ladrón, de que tan sólo es un juego? Sí, literatura, nada más. Las palabras no llevan a nada, qué sabría aquella buena mujer avulense. La ternura, qué es eso, por Dios. ¿Qué tiene que ver con el arte y con la economía del arte? Conoces las trayectorias de unos y otros como para saber que de lo único de lo que se trataba era de decir algo nuevo, sencillamente, de despuntar, de ser publicado, de buscar un lenguaje que al menos pareciese nuevo, como el de Gracq. Lo importante, al menos hasta que llegue, es el futuro. ¿A quién le importa algo distinto de eso? De acuerdo, le importa al padre de Riba que dice que quiere, de su hijo, que le explique los misterios del tiempo, y no del tiempo atmosférico precisamente. No, quiere una revelación de su hijo sobre el misterio de la dimensión insondable (sic, cf. pp. 21-22). Y con qué ternura lo cuenta el narrador. Riba, no sabe porqué, siente ternura por su anciano padre. Ha convertido en rito (¿en culto?) sus visitas de los miércoles. Palabras, ritos, esquemas del pasado, nada que ver con algo real. ¿Cuál es la lógica entre las cosas? Realmente ninguna. Somos nosotros los que buscamos una entre un segmento y otro de vida (102). No obstante, me encanta esa parte inicial, que he vuelto a leer: es una telemaquia, claro. Riba, como todos nosotros, es, antes que Ulises, Telémaco. ¿No te estás adelantando mucho más de la cuenta? Sí, pero así voy anotando lo que espero de una novela tan ambiciosa como ésta. Como el padre de Riba, ante la muerte, espero una palabra de respuesta a la tradición, espero una revelación, también una revelación sobre el amor, apuntado desde el principio en la alusión al enamorado/empapado de los muertos. Esto es el colmo. ¿De qué vas? Tranquilo, la revelación no la espero del libro, propiamente. Ni de Joyce. Ni de Beckett. Me basta con que las palabras alisten mi alma y la muevan a la ternura. Y lo están haciendo, vaya si lo están haciendo. De acuerdo, peor para ti, pero del libro no te estás enterando de nada, lo que se dice de nada”.

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