Enemigos

Desde pequeños, a los cristianos se nos enseña a hacer, sobre nuestro cuerpo, la señal de la Cruz. Con ese gesto de llevar la mano desde la cabeza hasta abajo del tronco y de un hombro a otro mientras se recitan las palabras de una fórmula, hemos repetido mil veces esta invocación: “De nuestros enemigos, libéranos Dios nuestro”. Durante años he creído (ingenuamente) que se trataba de una petición para casos extremos. Me parecía una referencia exagerada, una reminiscencia de la retórica bíblica (muchos de los salmos contienen esta petición unida a una apropiación de Dios). Pero no lo veía en términos personales o, mejor dicho, personalistas. Si uno mira un recién nacido, no se le ocurre pensar (y menos lo dice): “Qué Dios le libre de los enemigos que va a tener”. Pues quien así piensa, se equivoca (aunque a nadie aconsejo que lo exprese en alto, salvo que pretenda que lo echen del hospital a patadas). Los enemigos, antes o después, aparecerán en la vida de esa tierna criatura. Personas que nos odian y que si pueden nos hacen daño. No hablo de quien, sin mala intención, no acierta en el trato que nos dispensa. Y vaya por delante que afortunadamente hay más gente que nos quiere y que nos hace el bien, empezando por esa forma impagable de hacernos bien que es dejarnos en paz, estar sin molestar y respetarnos. Pero hay de los otros, de los que nos odian, y con frecuencia ocurre que no nos damos cuenta de ello hasta tarde. No queda más remedio que reconocer que uno tiene enemigos. Pensaba en esto precisamente en relación a los casos de pederastia que están apareciendo casi cada día en las noticias. Como se producen la mayoría en el ámbito familiar, o en el colegio, en los primeros años de la vida de muchos niños. Allí donde deberíamos esperar amor y protección. ¿Cómo se puede vivir con eso? Desde luego es para santiguarse y persignarse sin el menor rebujo, como hacían nuestras abuelas con ocasión y sin ella. Pero hay más enemigos que los sexuales, claro está. En los ambientes de trabajo, por ejemplo, ese mal aflora con facilidad. El exceso de competitividad puede llevar a ver a los demás como a enemigos a los que abatir y, a menudo, mantener un comportamiento ético en la vida laboral puede resultar heroico (quede claro que no pienso que esto sea una cosa de hoy, es la sempiterna condición humana). Tratar a alguien como a un enemigo contradice la doctrina del evangelio. Hay un mandato en Mateo 5, 44 por el que se nos pide que amemos a nuestros enemigos. Cuando lo he oído, en el pasado, pensaba algo así: Hombre, enemigos enemigos no es fácil que uno los tenga; lo que cabe casi siempre entre las personas es la indiferencia. Pues no, hay indiferencia y hay enemigos. Personas que quieren nuestro mal y que ponen todos los medios para que sintamos y suframos su odio. Amarlos, ¿equivale a querer nosotros ese mismo mal para nosotros mismos? ¿Se puede distinguir una cosa de la otra? Difícilmente. Ya sería un paso, para los que quieren seguir tal ardua doctrina, el no tratar a nadie como a un enemigo. Amar a los que te odian puede resultar imposible, pero procurar no tratar a nadie como a un enemigo (y no devolver mal por mal) es cosa difícil pero no imposible (nadie está nunca encadenado al mal). Quienes han experimentado el odio, y no desean odiar, saben que no se puede hacer daño justamente en aquel punto en el que te han hecho daño a ti. ¿Es más probable que un niño del que han abusado abuse? ¿Puede uno mantener el cinismo de sus enemigos, por ejemplo a la hora de mentir en grupo para desacreditarle, solo por interés o por venganza?

3 Comments Enemigos

  1. Hannah Jablonski 23/02/2018 at 14:54

    Quisiera reenviar, don Álvaro, 2 flechas de Henri Michaux (Face aux verrous, “Tranches de savoir”). Non pour avoir le dernier mot (¡qué va!), sino para alejar su mano de la llama, que se le está quemando cruelmente:
    *
    Le sang de boeuf, mis dans le tigre, lui donnerait des cauchemars.
    *
    Le désert n’ayant pas donné de concurrent au sable, grande est la paix du désert.

    Puis ces temps-ci, sur les écrans parisiens, on peut voir le film de Ziad Doueiri (Liban). L’insulte (El insulto, sería en los carteles en España). Como una historia que se puede contar tan sólo siguiendo paso a paso como se desenvolvió, fijándose en cada momento (le procédé vous est familier). Así que uno se percate que no se trata del relato de un milagro.

    Y sigue mi gratitud,
    h.

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  2. Álvaro de la Rica 23/02/2018 at 18:20

    Gracias por ese acto de comprensión, compasión, fraternidad que yo veo en sus palabras y en las citas milagrosas que me ofrece.

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  3. Álvaro de la Rica 23/02/2018 at 18:22

    et, sachant que j´ai un lecteur (lectrice) comme vous ça me donne envie de poursuivre avec ce cheval qui devient âne

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