Uno de las episodios decisivos de la historia moral de Europa tuvo lugar en Alemania el 25 de julio de 1967. El día anterior, un oscuro poeta judío leía sus poemas en el campus de Friburgo. Entre el público se encontraba Martin Heidegger. El filósofo se ofreció a enseñarle al poeta su refugio de la Selva Negra. El poeta accedió pero después no pudo dormir aquella noche. Tenía los nervios destrozados por el sufrimiento: por el suyo y por el de todas las víctimas de la barbarie nazi que su anfitrión había contribuido a alentar. Pero las cosas del mal y de la culpa son siempre complejas y el poeta aceptó la invitación con humildad y hasta con esa virtud insólita que es la esperanza. Una semana después escribió un impresionante poema que parece ser al mismo tiempo un acta de acusación contra el maestro de Alemania y un escalofriante rayo de luz para todos los tiempos. Se titula El Monte de la Muerte. Según se comentó más tarde, nada más marcharse el poeta, el filósofo murmuró discretamente que había estado junto a un loco. Tres años después, Paul Celan se arrojó a las aguas turbias del Sena. No es posible tener presente este momento trágico sin recordar el verso 470 de la Antígona de Sófocles en el que la heroína le espeta al tirano que le ha condenado a muerte: “Si te parece que he cometido locura, tal vez sea un loco ante quien incurro en acto de locura”.
La locura como desprecio de la realidad infinitamente valiosa de cada hombre lleva al delirio y éste a la generalización banal de la muerte: a la locura bestial que no se puede contener a sí misma. Estaba escrito en las páginas de Sófocles, tantas veces distorsionadas por sus comentaristas, y así ha sido a lo largo de la historia hasta llegar a esa culminación apocalíptica que llamamos Auschwitz (una realidad que a mi juicio contiene el Gulag).
Pensaba en aquella entrevista Celan-Heidegger al enterarme ayer de la muerte del escritor y disidente soviético Alexander Solzenitsin. Lo pensaba porque, salvando muchas distancias con lo anterior, lo que más me interesa de su vida es el encuentro que tuvo con Anna Ajmátova, (née Gorenko), en la dacha de Komarovo.
Sabemos por Iosif Brodski que hablaron de la manera de “redimir” el régimen soviético y por extensión a Rusia (uno de los temas recurrentes en Solzenitsin) y que entre ellos no hubo ninguna clase de empatía. Solzenitsin pretendía oponerse al régimen de una manera activa, política, comprometida. La autora de Réquiem insistió categóricamente en que ella se iba a limitar a escribir poesía.
El asunto es muy complejo y no se puede resumir en dos patadas. Seguramente Ajmátova le diría que el arte no ha muerto, por mucho que se empeñen los constructores de sistemas. La actualidad de los grandes textos poéticos – y su profundo parentesco en una línea explorada por unos pocos espíritus realmente grandes- tiene que ver con el hecho de que el poema se compone en el mismo acto de la escritura y por su propio dinamismo, no de manera inmanente sino mediante una radical innovación o injerencia en su contexto histórico y lingüístico. No hay una materia preexistente al texto como no hay ninguna palabra que no nos pertenezca por igual a todos. Por eso mismo las obras de arte están siempre vigentes, rescatadas cuando el humilde lector se aviene a comprender aquello que realmente se nombra. Eso es el valor político -común, diría Sófocles– del poema, algo que pocos entienden. El poema es algo único y está vivo y por eso no cabe ni usarlo como un arma ni recurrir tampoco a su desintegración en un sistema cerrado (como lo intentara por cierto el gran Heidegger). La poesía no es reductible a nada que no sea el nombre y la designación. Y el tiempo, bien lo sabemos, adora al lenguaje (Auden). Todo está en el léxico, en la sintaxis, en las referencias que permiten esclarecer el sentido de un texto. Hay que estar dispuesto a no dejar ningún espacio al delirio de la abstracción sistémica que sume la realidad en la más infamante nada.
(Sólo una cosilla más, en esta entrada demasiado larga y apasionada: el que pueda, que pique en la foto para ver como trabajaba Zoran Music. No hay mejor explicación que esa a lo que he intentado expresar de una forma torpe)