Alguien me decía el otro día que Mario Vargas Llosa, más de que de escritor, tenía pinta de presidente de una multinacional. Mejor para él. Una de sus muchas virtudes ha sido la de mostrar que la literatura es, también, un trabajo profesional, y que si lo cumples con la dedicación, el talento y el rigor con el que lo ha hecho él a lo largo de casi cinco décadas, al final tienes unos buenos resultados, también en lo económico. Además, en cierto sentido, existe la multinacional Vargas Llosa, una próspera empresa literaria con el mundo como escenario y con un único motor que no es otro que el conjunto de armas que el escritor ha esgrimido como nadie: tenacidad, abnegación, pericia. Lo primero que no se ha subrayado de modo suficiente, y que sin embargo pienso que es una clave fundamental para entender lo que pasa con el peruano, es la importancia que dio siempre a su formación. La amplitud y seriedad de lo que Vargas Llosa ha estudiado, en ese periodo inicial, los veinte años, los treinta, y el modo en el que ese bagaje (ese tesoro) lo ha marcado para siempre. Es doctor por dos universidades europeas, presentó sendas tesis doctorales (sobre Flaubert y sobre García Márquez), viajó, leyó hasta la extenuación, y no sólo literatura, también ciencia política, sociología, filosofía, y un largo etcétera. Además viajó desde muy joven, abriéndose a corazón abierto al mundo europeo y norteamericano, zambulléndose de lleno en la tradición occidental. No tomó atajos. Se lo curró, y vaya si se lo curró. Yo atribuyo su evolución política, y cultural, al rigor de esos estudios. Conociendo a fondo la obra de Hayek, de Kolakowski, de Milosz, de Popper, de Berlin, de Steiner, no se pueden seguir defendiendo la indigencia política y social. Hay errores que el conocimiento del derecho romano, de la lógica formal, de las doctrinas estéticas te impide cometer. Si a eso le añadimos la natural evolución personal, fruto del trabajo rendido, de la madurez y de la apertura mental, y de un coraje cívico poco común, eso nos da una figura política e intelectual tan extraordinaria como la de Vargas Llosa.
Yo he estado con él dos veces. Una en un lavabo para caballeros. Yo tenía dieciocho años. Fue el único momento en el que pude abordarle. Me da un poco de vergüenza decirlo pero ambos estábamos en una posición poco airosa, pero ese rato al menos estaba parado y yo pude hablarle. Conversamos sobre la vocación literaria, sobre el trabajo que exige a cambio, sobre la imaginación. Les expresé algunos miedos que me atenazaban, en el momento en el que había decidido dedicarme a la literatura de por vida, y él me habló con franqueza pero con cariño, animándome, acogiéndome. Se lo agradecí un montón. Muchos años después volví a encontrarle, en otro acto multitudinario, y hablamos de nuevo unos minutos. En este caso le pregunté si pensaba escribir su autobiografía. Me dijo con rotundidad que no, que, a pesar de haber llegado a los setenta, prefería mirar hacia delante.
He leído mucho al primer Vargas Llosa. Los Jefes me parecen unos relatos, casi una novela, llena de vida y de magia. La ciudad y los perros, Conversación en la Catedral, La Tia Julia, La guerra del fin del mundo son obras muy logradas. Técnica y vida están en un equilibrio más que conseguido. Me paré en El Hablador, y después no he leído ninguno de los siguientes. No he seguido su evolución como escritor de ficción. Algo me lo ha impedido: creo, sin más, que sus demonios (pegados a un cierto exotismo) no son los míos. Y los demonios, como él nos enseñó a sus discípulos, no se eligen.
Uno de los temas recurrentes en su obra es el de la lucha del individuo contra las estructuras del poder. He leído en el avance de su próximo título, un comienzo netamente kafkiano, alguien que despierta en la pesadilla del encarcelamiento. Pero no es a Kafka a quien se parece Mario Vargas Llosa, como figura literaria y social. Yo pienso que la referencia es más bien Thomas Mann. Su obra tiene una ambición y una amplitud similares. La relación que ha mantenido con la política de su tiempo se pueden comparar con mucho aprovechamiento para comprenderles a ambos. Su independencia. El apego al realismo en una época de florecimiento de poéticas de vanguardia y de formas metadiscursivas. El realismo se mantendrá siempre. No es la única vía, ni la que más me interesa a mí, pero no se me ocurriría menospreciarla.
Lo tendré en cuenta. Un saludo
Yo ya lo he tenido en cuenta muchos años. Otro saludo.
Me preguntaba qué fotos iba a elegir para esta entrada.Y la verdad es que la primera me sorprendió.