Notas para un diario 33

Después de la patética reunión de la FAO en Roma, de hace dos semanas, en plena crisis alimentaria mundial debida al alza del precio del cereal, y de la que no salió nada en claro, leí unos pasajes de La mujer eterna de Gertrude von Le Fort, un libro inencontrable que ojalá alguien se anime a reeditar. Hablando del final de los tiempos, dice: “Al Apocalipsis final le anteceden los apocalipsis de los distintos círculos de la cultura, y sólo de estos puede hablarse aquí. No debe imaginarse su iniciación en medio del fulgurante esplendor de una trascendente tempestad de ángeles; sólo la anunciación de los últimos tiempos es de grandeza visible, pues su anunciador se encuentra aún en las uniones eternas; precisamente éstas le permiten la visión profética. La consumación de las profecías, si concerniera a nuestro propio círculo de cultura, sólo expondría en gran cantidad y masa una ruina de extraordinarias dimensiones, pero internamente expondría toda la grandeza y la carencia del ser aniquilado. El mundo de los jinetes del Apocalipsis no es la guerra como destino masculino heróico, ni tampoco el hambre como negación de la naturaleza, o la enfermedad y la muerte como el imperio de las fuerzas elementales, sino que también puede ser la obra de la irresponsabilidad ideológica comercial y del espíritu investigador ateo. Sabemos hoy que estos son capaces de destruir cosechas enteras y de envenenar a pueblos enteros.”
(Este texto profético tiene ya casi un siglo de antigüedad. La foto es de la serie de Sudán, 1995 de Sebastiao Salgao)

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