Después de la patética reunión de la FAO en Roma, de hace dos semanas, en plena crisis alimentaria mundial debida al alza del precio del cereal, y de la que no salió nada en claro, leí unos pasajes de La mujer eterna de Gertrude von Le Fort, un libro inencontrable que ojalá alguien se anime a reeditar. Hablando del final de los tiempos, dice: “Al Apocalipsis final le anteceden los apocalipsis de los distintos círculos de la cultura, y sólo de estos puede hablarse aquí. No debe imaginarse su iniciación en medio del fulgurante esplendor de una trascendente tempestad de ángeles; sólo la anunciación de los últimos tiempos es de grandeza visible, pues su anunciador se encuentra aún en las uniones eternas; precisamente éstas le permiten la visión profética. La consumación de las profecías, si concerniera a nuestro propio círculo de cultura, sólo expondría en gran cantidad y masa una ruina de extraordinarias dimensiones, pero internamente expondría toda la grandeza y la carencia del ser aniquilado. El mundo de los jinetes del Apocalipsis no es la guerra como destino masculino heróico, ni tampoco el hambre como negación de la naturaleza, o la enfermedad y la muerte como el imperio de las fuerzas elementales, sino que también puede ser la obra de la irresponsabilidad ideológica comercial y del espíritu investigador ateo. Sabemos hoy que estos son capaces de destruir cosechas enteras y de envenenar a pueblos enteros.”
(Este texto profético tiene ya casi un siglo de antigüedad. La foto es de la serie de Sudán, 1995 de Sebastiao Salgao)