En mi último viaje a Portugal, recalé en Oporto, en casa Agustina Bessa-Luis. Fue una visita inolvidable, por muchas razones. Tuve en mis manos sus manuscritos: unas hojas grandes, más grandes que un folio, cubiertas en un 98% o más de su superficie por una escritura minúscula, perfecta, recta (una de esas páginas manuscritas equivalen de hecho a unas tres o cuatro páginas impresas; otro dato increíble, pero cierto, es que un número importante de los manuscritos llegan exactamente hasta el folio 100). Apenas había borrones. A veces, una palabra tachada con cuidado. La cara de atrás en blanco, y cada treinta o cuarenta páginas, a la vuelta, una línea de sustitución o añadido al texto principal. Para mí estaba claro que no se trataba de una cuestión de economía de papel (¿por qué dejar entonces la vuelta en un blanco impoluto?). Los manuscritos, que me recordaban sin duda a los indescifrables microgramas de Robert Walser, tenían de por sí un valor y una belleza buscados. Le comenté a Alberto Luis, el marido de Agustina, mi admirada sorpresa, y me dijo lo siguiente: “Los manuscritos reflejan, en su perfección, el modo en el que María Agustina se concentraba en la escritura”. Claro. En el fondo ya lo sabía. En una conferencia sobre Kafka (Kafka y el bacilo de la indecisión), que yo no había leído antes de terminar mi libro, Agustina dijo que la concentración en la escritura era la forma que ella tenía de acceder a lo sagrado. Sus manuscritos demuestran ambas cosas: el modo en el que se concentraba cuando escribía, y aquello a lo que esa concentración apunta.
En El Cazador Graco, de Guy Davenport, después de acabar mi libro, y sin tiempo ya para recogerlo en un añadimiento, encuentro varias ideas e intuiciones idénticas a las que yo he formulado en mi escrito. “Todo en Kafka trata de una historia que aún no sucede. Su hermana Ottla moriría en los campos de concentración, junto con todos sus demás familiares. La palabra alemana para insecto (Ungeziefer, “sabandija”), que Kafka usó para Gregor Samsa, es la misma palabra que los nazis usaron para referirse a los judíos, y exterminar insectos era uno de sus eufemismos obscenos, como lo ha señalado George Steiner. Muy poco tiempo después de la segunda Guerra Mundial se hizo evidente que con El Castillo y El Proceso, y especialmente En la colonia penitenciaria, Kafka estaba describiendo con precisión los mecanismos de la barbarie totalitaria”. Como María Zambrano, Davenport afirma que “el tiempo de Kafka es el tiempo del sueño, el tiempo interminable de Zenón”. Hay muchas más, algunas consideraciones muy iluminadoras sobre el oximoron en la obra de Kafka. Pero, hay una, de método, que me resulta increíblemente próxima, a pesar de no haberla leído antes de escribir yo: “Kafka tenía que ser muy claro y muy simple precisamente para afirmar que nada es claro y simple. En su lecho de muerte dijo, refiriéndose a un jarrón de flores, que éstas eran como él: vivas y muertas simultáneamente. Todas las demarcaciones son algo difusas. En contra de lo que pensaba Heráclito (Davenport añade, en otro lugar, que Kafka era pre-pre-socrático), algunas series poderosas de opuestos no cooperan. Luchan. Oscilan indecisas sobre el fiel de la balanza de toda certeza. Como decía Kafka, es fácil creer en cualquier verdad y en su contrario.”
Resulta emocionante reconocer que alguien llegó, por caminos muy distintos, a formulaciones tan exactas de lo que uno ha pensado sobre algo. Y más aún, si cabe, a vivir cosas tan íntimas del mismo modo que uno; naturalmente me refiero al manuscrito de Todesabanden, y a la concentración que yo siempre he buscado.
(La foto fue realizada por Claude Cahun en los años 30)
La foto de Claude Cahun es preciosa. Me gusta mucho esta entrada tuya, con toda la emoción del descubrimiento y la investigación de tu libro, que ha dejado tantos ecos en mí, y no me extraña que Davenport llegase a ese mismo punto puesto que cuando se profundiza como tú hiciste, sin prejuicios y con antenas sensibles, se llega, me gusta mucho cómo lo explica también Davenport en tus palabras, y acabas con esa imagen de Kafka ante las flores muertas y vivas que tengo que transmitirle enseguida al blogger Frikosal, él que no soporta las flores cortadas.
gracias Isabel por tu lectura, siempre tan inteligente: sí, van dos o tres coincidencias no buscadas, en nuestros blogs respectivos, confluencias decía la Welty: un día La Wharton y James, otro día la lluvia que aparecía en sendas entradas de tu blog y el mío, cayendo a la vez, y hoy Kafka, también sin habernos leído todavía
algo querrá decir todo esto
En primer lugar, he de felicitarle porque da gusto comprobar la buena crianza de esta bitácora.
También tengo que aplaudir el "parto" de "Kafka y el Holocausto". Ojalá, que rezaría un mahometano, se vendan tropecientos ejemplares.
Soy un intelectual (en el sentido menos pretencioso del término) de rasgos káfkicos, que no kafkistas ni, menos aún, kafkianos. Necesito su consejo:
¿Qué le parece la edición de "El proceso" a cargo de Nórdica Libros? Miguel Sáenz firma la traducción y Bengt Fosshag, las ilustraciones. Me estoy preparando para mi primer encuentro con la obra y no sé qué versión escoger. ¿Puede echarme un cable?
Muchas gracias and good luck in Barcelona!
=)
PD: ¡Vivan Rothko y Barnett Newman! Maldita la noche que aniquila el color de sus obras, desde donde ambos esquivan la muerte y el olvido.
Yo no conozco la edición de Nórdica. De entre las españolas, a mí me parecen buenas las traducciones de Feliu Formosa. Y la edición de las obras de Círculo de Lectores está muy bien hecha.
Gracias por sus amables palabras acerca del blog.