Aparentemente Decir la nieve (Siruela, 2011) es un discurso sobre cómo la literatura ha reflejado, desde sus orígenes, en varias tradiciones occidentales y sobre todo orientales, la fascinación de los poetas por ese fenómeno climatológico tan atractivo, tan sugerente. La autora recorre todos los aspectos de esa vivencia universal, deteniéndose especialmente en algunos autores clave – en el Kabawata de País de nieve, en el Saint-John Perse de los poemas níveos, en el Maupassant de tantos de sus cuentos envueltos en nieve, pero también en Andersen, en Tólstoi, en Danilo Kis y en otros muchos– para mostrarnos la amplia gama de matices con las que la sensibilidad poética ha representado el encuentro con la nieve. Desde la alegría a la tristeza, de la admiración al horror, su paradójica capacidad polar, su efecto especulativo (de espejo), de los sonidos y silencios que entraña hasta lo que podría ser lo más específicamente literario: su simbolismo.Pero creo que ésta sería una lectura chata y reductiva. Menchu Gutiérrez no va a eso, a ella le importa poco la erudición, la acumulación de citas, la exhaustividad, no quiere probar nada que no sea su emoción (el hechizo, el amor) ante las nieves. Leer así esta joya literaria sería lo más parecido a no entender apenas nada. Me explico. Un libro vale lo que vale su composición. A eso es a lo que los autores literarios de verdad dedican su tiempo, sus energías creativas, su saber y su don. ¿Cómo cuento yo esto? ¿De qué modo lo dispongo en palabras, en forma discursiva y narrativa? Todo el mundo puede hablar de la nieve, todo el mundo puede exponer sobre ella lo que ha leído y adornarlo o relacionarlo. Nada. No es eso, no: lo esencial se juega (valga la palabra) en la estructura interna del texto, y es una pena que poco a poco no aprendamos a percibir en los libros también este aspecto esencial. Ha sido en el curso de la lectura, cuando estaba fascinado por la belleza de las citas, por las situaciones literarias a las que Menchu Gutiérrez alude y comenta, cuando me he dado cuenta de que el hilo que une, que explica, que ensambla su delicado pensamiento poético es precisamente algo muy parecido a una nevada. Ella va dejando caer, como copos en una tormenta de nieve, cada uno de esos fragmentos, de esas lecturas, de esos recuerdos. Y poco a poco se van posando en el lector y van cubriendo cada pequeño rincón de su alma que, de paso, queda sumida en un enorme silencio blanco. Frío y caliente a la vez porque la belleza del hielo arde. Son cristales de frío, todos distintos, todos perfectos en sus dibujos. Vistos de lejos son inmaculadamente blancos, pero si nos acercamos, si los saboreamos como se merecen cada pasaje del texto se convierte en una preciosa figura transparente. En un material espejo, sí, pero uno donde se refleja la transcendencia.