Cristina Campo

Una coincidencia editorial feliz pone ante los ojos del lector en castellano una parte de la obra de la poetisa italiana Cristina Campo –una parte sustancial de sus ensayos– y, que yo sepa, la única biografía de la escritora, realizada y publicada en Italia en 2002 por Cristina De Stefano. Cristina Campo es el pseudónimo de Vitoria Guerrini Putti, nacida el 29 de abril de 1923 en Bolonia y fallecida en Roma el 10 de enero de 1977. Creció en un medio ilustrado y creativo (su tío fue uno de los médicos mejor reputados del país y su padre pianista), conoció y trató a una parte de la intelectualidad de su época: de Mario Luzi a María Zambrano, de William Carlos Williams a Corrado Alvaro, y, sobre todo, de Leone Traverso a Elémire Zolla, con quienes vivió sendas historias de amor que marcaron su vida. Cristina Campo fue esculpiendo un núcleo de pensamiento poético tan extemporáneo (eran los años de la dogmática realista y laicista) como digno de ser conocido y apreciado, tanto por la profundidad de sus raíces como por la luminosidad de las intuiciones que fue conformando al hilo de una experiencia vital dramática (muertes familiares prematuras, enfermedad, la guerra, etcétera), y en parte no menor de sus lecturas. Éstas conforman un catálogo amplio de clásicos y de un puñado de modernos entre los que destacan Hugo von Hofmannsthal, Simone Weil o T.S. Eliot, por citar sólo algunos de los más próximos a su corazón pensante y sentiente. Ese núcleo no se debe ni siquiera resumir, si se quiere ser honesto intelectualmente, y está en parte contenido en los ensayos que ahora se publican y esbozado en la semblanza biográfica de De Stefano. Baste decir, a modo de invitación a la lectura de estos dos libros, que Cristina Campo trató de situarse en ese momento existencial que llega, como dice El Cantar, cuando «se esfuma el día y huyen las sombras», o sea en la noche, la noche sanjuanista, la de los grandes encuentros interiores e inenarrables, la del dolor de amor y la de los muertos que viven condicionando el paso fugaz de los hombres por esa ilusión que llamamos mundo. Para Cristina Campo sólo la fábula, en el sentido más inmediato y directo, puede rozar con la punta de los dedos el umbral del misterio, de la nada mística, eso que no es nada de lo que vulgarmente consideramos como la realidad. Por cierto, si tienen ocasión de hacerlo, asómense a la traducción que Cristina Campo realizara de la Noche oscura de San Juan de la Cruz. No conozco en lengua alguna una traducción más lograda. Se asombrarán y descubrirán que, con versiones como esa, podemos afirmar que Babel ha resultado ser una bendición. Este aparente desvío me conduce a lo decisivo. Cristina Campo quedará, creo, como una de las poetisas más importantes de nuestro siglo, y en esta afirmación se incluyen la obra propia (apenas un centenar de auténticas joyas) y la obra de otros que ella renovó traduciéndola al italiano. Ojalá que algún editor español acometa la empresa de traducirla a ella.

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