Oí hablar por primera vez de Chistopher Domínguez Michael a Enrique Vila-Matas. Le hice caso e intenté, sin demasiado éxito, encontrar algún escrito suyo en librerías de España. Todos sus trabajos estaban editados en México: tuve que contentarme con sus colaboraciones en la revista hispano-mexicana Letras Libres. Por eso cuando vi que la editorial Sexto Piso publicaba (El XIX en el XX) un volumen de ensayos del gran crítico, además centrados en el siglo XIX (¿su especialidad?), y en autores franceses, rusos, hispanos, de lengua portuguesa, leídos por alguien del siglo XXI, no paré hasta tener el volumen entre manos para leerlo con la calma que sin duda merece y el deleite que yo había anticipado. No resulta fácil presentar brevemente un libro que a su vez habla de cientos de ellos. Domínguez Michael, además, lo hace de forma diversa, adaptándose al espacio que tiene, a las características del autor o a su propio estado anímico. Unos pocos puntos fragmentados le sirven para introducirnos magistralmente en Balzac (acaso sea el mejor ensayo de todo el libro), allí hace la descripción de una figura histórica o de una polémica teológica entre calvinistas y puritanos, al hilo del comentario crítico, aquí se enfrenta con una serie de novelas o se centra en una obra entera o en una sola frase de otra narración. Decir que está suficientemente informado, que a la vez es prudente y arriesgado en sus juicios (en literatura no queda otra solución), tenaz en sus elecciones, que escribe claro y ameno, que no habla de sí mismo ni es pedante y que no antepone sus prejuicios a la hora de leer (liberalisme oblige), ya es decir mucho de un crítico, pero no es lo esencial en Chistopher Domínguez Michael: a mí me ha parecido un maestro de la crítica porque tiene el don, mucho más raro de lo que la gente cree, de la admiración ilusionada. Eso se nota cada vez que habla de alguien, sea o no autor predilecto suyo. Hasta de los más lejanos sabe sacar algo bueno, no digamos de aquellos otros que le han acompañado siempre (Chateubriand, especialmente, pero también Sainte-Beuve, Nerval, etc). Por eso alguien tan apasionado intelectualmente como él, tan inquisitivo, no se rompe, ni se vuelve dogmático, frente la famosa encrucijada modernismo-clasicismo que ha sobrevolado el paso del siglo XIX al XX, y que reaparece con nuevas formas al comienzo del XXI . Le interesa todo, y sabe como lo saben los más sutiles, que ambas dimensiones o facetas están íntimamente ligadas entre sí. La querelle es ante todo una cuestión de familia. Da gusto por eso leerle, a diferencia de lo que ocurre habitualmente con tanto sabihondo que no para de descubrir la pólvora, esos loros de repetición de los que se mofaba Kant. Lector asiduo de Béguin y de Bénichou (qué bien sabe donde está lo bueno), pero también de Barthes o de Bloom, entre muchos otros que no cita porque no vienen al caso y porque él no juega a epatar a nadie, Domínguez Michael no hace otro distingo que el de la agudeza crítica: la sensibilidad crítica es la sensibilidad crítica sea quien sea quien nos la brinde. Falta el siglo XX, y en realidad también el XXI. Yo espero que él componga pronto esos otros libro, que Sexto Piso se lo edite con el primor y el acierto acostumbrados y que con eso se “cierre” el círculo de estos tres siglos que definitivamente son los nuestros.