Bolonia

A la ciudad de Bolonia le ha caído una buena con el nombre de la dichosa reforma del sistema universitario europeo (me ahorro si no os parece mal lo de “el espacio europeo”; ya que se trata de reformarse –mi admirado Inciarte decía que sólo había una cosa más regresiva que una reforma: y esto era una revolución–, empecemos por intentar hablar y escribir mejor y, por tanto, evitar a toda costa las cursilerías). Los boloñeses van a añorar los tiempos en que se les tenía presentes por los famosos spaghetti a la boloñesa.
Me encantaría, como os podéis imaginar, detenerme en esa bellísima ciudad itálica, de gran tradición universitaria y libresca (todavía me acuerdo del comienzo de la carta italiana de Josep Pla: Bolonia es una ciudad docta y magnífica, de una generosidad perdurable y soberbia), o empezar por dejar claro que no existe un solo sistema universitario europeo (existen al menos dos distinciones que, por increíble que parezca, los nuevos bolonios no parece que hayan tenido en cuenta: el sistema anglosajón y el continental, por una parte, y por otra el sistema de enseñanza privado y el público). Pero no voy a hacer ni una cosa ni la otra, voy a ir al grano, que tengo muchísimo que hacer (entre otras cosas el infernal papeleo del Plan Bolonia, mal rayo parta a los burócratas) y supongo que a vosotros os ocurrirá otro tanto.
Conste que no pensaba hablar de este asunto en el blog. Por una razón muy sencilla: me aburre profundamente. Soy de los que piensan que las únicas reformas útiles, en este terreno como en tantos otros, son las estrictamente intímas (algo parecido a lo que se consigue por el procedimiento insuperable del examen de conciencia, el arrepentimiento por el mal realizado y la conversión profunda de las actitudes personales), y que, en general, lo que nos viene impuesto desde fuera (humanamente hablando) suele pasar por todo el tracto digestivo y acabar, como dice el Evangelio de las cosas perniciosas, en aquel lugar del que Borges habló tan elocuentemente en su poema tardío La prueba.
Bueno, que me enrollo más que una persiana. No pensaba hablar del tema, que bastante tengo con rellenar los formularios que genera. Pero no hace mucho que mi querido amigo Xavi Pla, el otro Pla, con la sutileza que le caracteriza, colgó una foto del suplemento Arts del New York Times en la que aparecía Leonard Cohen encima del siguiente titular: “En tiempos de dificultad, las Humanidades tienen que demostrar su utilidad”. Creo que el retrato no tenía que ver con ese artículo, sino con otro que decía que el poeta volvía a la carretera por razones a la vez prácticas y espirituales.
Como en cuadro cubista, los tres elementos se mezclaron en la vieja y gastada paleta que es mi mente, y todo a la vez me hizo pensar en mi responsabilidad como profesor universitario. Bolonia será útil si lo transformamos en una cuestión de responsabilidad personal. La misma que por cierto teníamos los profesores antes de que a alguien se le ocurriera distraernos a todos con un intento de unificación brutal (que les digan a los universitarios de Barcelona si la palabra resulta exagerada: cuidado, que viene el ilustre consejero Saura para demostrar que la letra con sangre entra).
Al ver la foto del maestro, recordé los fragmentos de una carta que me envió en una ocasión una alumna aventajada y triste, de cuyo nombre no pienso acordarme: Acabo la carrera este año, y me duele decir que tengo ganas de abandonarla. ¿Por qué? Porque me parece vergonzosa la formación que recibimos. Los profesores, o bien se pasan la hora haciéndonos copiar una serie de notas que van leyendo o se dedican a darnos listados interminables de obras, fechas y autores que después debemos aprender de memoria para el examen. Da verdadera pena en una carrera de humanidades que podría ser tan bella como ésta. Lo peor es que hay gente que está pagando dinero por no recibir apenas nada. Los profesores deberían dejarnos al menos la hora para estudiar por nuestra cuenta. Si no nos pueden ofrecer nada mejor, bastaría con que nos indicaran los libros adecuados. Después podrían comentar con nosotros esos libros. ¿A qué tienen miedo? Enseñar no es una tontería, ni lo puede hacer cualquiera: si creen que enseñar es eso, están muy equivocados. A mí no me imponen sus títulos: una cosa es el saber y otra muy distinta el enseñar. Aprender no es memorizar cosas muertas: aprender es llegar a ser más críticos, es adquirir conocimientos válidos, y a esto no nos enseñan la mayoría de los profesores de la Facultad.
Era, y es, una persona triste pero tenía más razón que una santa. Por mi parte, por razones prácticas y espirituales, espero que el Plan Bolonia contribuya a mejorar la enseñanza, pero la verdad es que dudo mucho que lo vaya a hacer.

2 Comments Bolonia

  1. Lourdes 31/03/2009 at 10:46

    yo espero que despierte en los universitarios un ansia de conocer las cosas, y de despertar a la cultura del esfuerzo, aunque quizás a eso contribuya más la crisis que estamos viviendo.
    lourdes

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  2. amillan 02/04/2009 at 16:00

    Por razones espirituales y personales, declaraba Leonard Cohen, son esas razones las que nos mueven, lo sabes bien.
    En toda esta historia de Bolonia, creo que las personas, las ciudades o las instituciones jóvenes -como nosotros, 50 años no es nada-, cambian como decía Matvejevik que cambiamos: ‘Cambiamos pareciéndonos a nosotros mismos’, él lo dice en Carta a Odessa y lo dice a santo de su padre, mientras viaja a Odesa a comunicar a los familiares que quedan la enfermedad de su padre o, sin más, a conocer quién fue su padre, un exiliado soviético en la Yugoslavia de Tito.
    No tengo duda, cada minuto que pasa de que ahoralas humanidades no sólo muestran su utilidad, son necesarias. Y no porque las otras ramas no estén a la altura, tal vez, la necesidad de esas humanidades o de algo que nos recuerde nuestra condición y nos ayude a sostenerla es más necesaria cuando jóvenes y mayores andamos más perdidos.
    P.D.: De un poemilla de L. Cohen
    Resignation of Poetry
    and not the kind of Wise Experience
    or the false kisses of Competitive
    Insight, but my own sweet dark
    religion of Poetry my booby prize
    my sandals and my shameful prayer
    my invisible Mexican candle
    my useless oils to clean the house
    and remove my rival’s spell
    on my girlfriend’s memory–

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