José Jiménez Lozano (1930-2020)

Ha muerto ayer Don José Jiménez Lozano. No sólo hará falta tiempo para analizar su obra en el futuro; harán falta además muchas inteligencias dedicadas a ello, y las habrá, creo yo. Lo digo porque JJL era un escritor superdotado intelectualmente que, además, tenía una capacidad de trabajo que, a los que en algún momento hemos estado cerca de él, nos parece inimaginable. La obra de JJL son muchas obras distintas, todas me imagino con elementos de unidad y al mismo tiempo con una diversidad que, si te acercas a ella, te pasma. Tengo la mía, la de los textos sobre la literatura en la historia (el prólogo a Baruzzi, las semblanzas de Fray Luis y San Juan de la Cruz especialmente), la de sus escritos sobre Castilla (la Guía espiritual, ¡qué belleza de libro!), por supuesto todo lo relativo a Port-Royal, el modo en el que se acercaba al arte de la pintura (Los ojos del icono y Retratos y naturalezas muertas son dos obras maestras), sus primeros diarios publicados de manera casi furtiva en Ámbito (Los tres cuadernos rojos) o en Anthropos (La luz de una candela), verdaderos tesoros en los que buscábamos orientación desde finales de los ochenta, las terceras de ABC de comienzos del milenio (2000-2003) en las que releía los grandes mitos occidentales como nadie en España era capaz de hacerlo entonces (su cultura era vastísima y estaba asimiladísima: había emprendido desde edad temprana una auténtica formación de sí mismo). Y, por supuesto, la poesía, que pienso que era, si se puede decir así, “la niña de sus ojos”. Un fulgor tan breve es un libro casi inspirado. Pues lo cierto es hay mucha más obra (empezando por la narrativa más o menos breve a la que dedicó las dos últimas décadas de su vida), muchas más obras, más planos, más facetas, mayor acopio de conocimiento de todo tipo. Tiempo habrá para estudiarlo a fondo y para gozar de todo ello, como digo muchas personas, muchas personas distintas, desde perspectivas me atrevo a decir que hasta opuestas (como ocurre con Simone Weil, con Etty Hillesum y con Teresa, con Dostoiewski, con Bergman, con las Emilys o con Kafka). Sí, la obra de Don José es universal y abierta, acogedora, una obra que suma y no resta. Me he preguntado a veces como expresar esta apertura, y esta unidad superadora, y encontré este texto en Fray Luis: «Porque se ha de entender que la perfección de todas las cosas, y señaladamente de aquellas que son capaces de entendimiento y razón, consiste en que cada una de ellas tenga en sí a todas las otras y, en que siendo una, sea todas cuanto le fuera posible… si juntamos muchos espejos y los ponemos delante de los ojos, la imagen del rostro, que es una, reluce una misma y en un mismo tiempo en cada uno de ellos; y de ellos todas aquellas imágenes, sin confundirse, se tornan juntamente a los ojos, y de los ojos al alma de aquel que se mira» (“De los nombres en general”). La voz que habla en las mejores obras de JJL se dirige al lector y, al mismo tiempo, a otra persona; durante mucho tiempo no entendí esto, y no entenderlo me hizo, no obstante, un gran bien.

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