Un fragmento
Julien recorrió desde niño la cuidad de París. Acompañado de su madre o de alguna hermana frecuentó otros lugares como el Jardín de Luxemburgo y su museo, las islas del Sena, la iglesia americana de Alma, el Bois de Boulogne, etc. La impresionante cuidad de las Exposiciones, del comercio y las masas le dejaba indiferente. Prefería el río y cuanto vislumbraba al pasar por sus orillas. Se preguntaba como un solo nombre podía contener tal cantidad de calles, plazas, tejados, jardines y cielos distintos. No le atraía la atmósfera de modernidad y poderío. Messina y el hundimiento del Titanic habían marcado a edad temprana su sentido histórico. Había desaparecido el Sur y quién sabía si París no sería pronto una nueva Atlántida. Julien imagina la cuidad sumergida, habitada por tiburones y tortugas. Toda civilización se tambalea, y con ella sus conquistas. Al fin y al cabo, ¿no camina Francia, y el mundo entero, hacia una catástrofe de dimensiones planetarias?